jueves, 17 de septiembre de 2009

Lluvia en mis zapatos


Esta mañana me llovió con fuerza en el camino al trabajo. No hay apenas resguardo y allá que iba yo, con mi paraguas endeble y calzada con bailarinas. Se empaparon los bajos de mis vaqueros, escurrieron hasta las bailarinas y me encharcaron los pies. Fue una lástima porque iba tan fastidiada que no iba disfrutando del paseo.

Aunque a medio camino logré reaccionar: el chaparrón caía con fuerza y los coches pasaban despacio a mi lado. Ningún resguardo pero olía bien, como huele siempre con la lluvia. Y como siempre pasa con la lluvia que cae en el paraguas, el sonido de las gotas era reconfortante, ese viejo sonido que vuelve en otoño.

Piensas en caminar bajo la lluvia y, a pesar de los pies fríos y mojados, a pesar del flequillo que se me riza, a pesar de los pantalones empapados desde las rodillas, a pesar de la preocupación por sortear arroyos de agua que bajan la calle, a pesar de todo, hay magia. Cada paseo bajo la lluvia que abre los sentidos y ralentiza el tiempo trae el recuerdo de otros paseos mágicos. Cada paseo mágico fue un deseo de eternidad: vagar sin rumbo y eternamente bajo la lluvia, oliendo a tierra mojada, oyendo las gotas que caen sobre el paraguas.

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