jueves, 10 de mayo de 2012

Toxinas

Lo bueno de ser una ingenua es que hay situaciones por las que paso de puntillas. O que resbalan. O de las que, también por despiste, no me percato. O que me la sudan. Las almas cándidas creemos en la bondad de más de dos tercios de la humanidad.

Cuando hay gente que destila su toxina, a veces me doy cuenta cuando ya tengo nauseas. Entre el despiste y la fe en la bondad innata, el veneno tarda en hacerme efecto. Entonces me asusto. Joder. Veo duplicidades. Veo nuevas y mezquinas versiones de la misma historia. Un mal rollo.

Tengo dos opciones. O tres. Dejar que el veneno corra y me inunde. Volverme tóxica, como Poison Ivy.

Tomar un purgante y vomitar.

O hacerme inmune a base de antidotos, opción lenta pero muy productiva. Los antidotos van muy bien con mi caracter. Son discretos. El ejemplar tóxico que me envenena ni se da cuenta.

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