Entre mayo y junio los bares de mi cutreciudad se llenan de gente comiendo caracoles. Es el anuncio del verano, de la feria, de las noches despreocupadas en las terrazas de los bares. También hay quien hace caracoles en casa. Mi tita los prepara y hace muchos años, mi abuela. Ahora vienen de Marruecos y se compran en Mercadona. Antes íbamos a cogerlos al campo y de paso nos traíamos matitas de poleo. Los caracoles al poleo huelen divinamente.
En realidad yo no como caracoles. Me apunto a los caracoles de mi tía por pasar un buen rato con mi pequeña familia extensa. Ayer, con mis dos primos guapos y sus mujeres, charlé y pillé un medio punto. Yo no quería una tercera cerveza pero cualquiera se resiste a la sonrisa encantadora de mi tío. A mi tito, cuando sonríe, se le achinan mucho los ojos y tartamudea. En sus tiempos fue el terror de las nenas de la barriada.
Yo no como caracoles pero de pequeña iba con mi abuelo a cogerlos, tarea que es un pelín asquerosita. Mi abuela los lavaba en el fregadero y era un placer verla restregar con sus brazos fuertes de carnicera y quitar babas de caracol. Las tardes de caracoles en el patio de mi abuela eran una fiesta. Podíamos beber toda la cocacola del mundo porque de todos es sabido que comiendo caracoles no se puede beber agua, porque es indigesto. Podíamos acostarnos supertarde. Podíamos hacer el ganso en el patio y beber el delicioso caldo con aroma a poleo. Yo montaba a veces mi numerito de cante y baile, dado que era "la niña que canta". El patio comenzaba a oler, muy delicadamente, a jazmín. Eran la antesala a las largas, mágicas noches del verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario