martes, 6 de marzo de 2012

Pareja de baile

A mi me encanta bailar pero ya no tengo mucha ocasión para hacerlo. Me refiero a bailar en público.  A salir a bailar. En realidad no bailo bien, soy bastante patosa y tengo que estar con el punto de bailar. Y como suelo ser la más alta del grupo es un corte esa sensación de sobresalir por encima cuando bailas. Las amigas se dicen confidencias y yo siempre soy la última en enterarse, por alta. Desde hace años el momento baile llega en Feria. Aquí no sólo se bailan sevillanas como en Sevilla, aquí en las casetas se baila casi de todo. Y eso me encanta. A pesar de mi altura.

De jovenzuela iba con mis amigas a las discotecas, en aquella época en que comenzaban a agonizar las bolas plateadas. La época en que estaba de moda bailar a la manera de Ana Torroja y Vicki Larraz.  La época en que aún ponían bailes lentos. Ya hablé de ellos y es una pena que ya no se estilen. He tenido muy pocas ocasiones de bailar lento en un local, podría contarlas con los dedos de una mano (va, las cuento, fueron cuatro, patético).

No se bailar salsa. Yo soy de esas que se le afilan los colmillos de envidia y lujuria cuando ve a la típica pareja que se luce bailando salsa. Pero también soy de las que cuando se hace el corro y te animan a que salgas al centro a lucirte con tres o cuatro pasos, se echa para atrás. O cuando llega el bailón de turno y te saca a darte unas vueltas, sean de salsa o de rumba que también queda resultona. Yo me echo para atrás y me hago la tonta.

Así que, en pareja, casi lo único que me quedan son las sevillanas y aquí no pasa como en Sevilla o en Jerez, hay muy pocos tíos que sepan bailarla. Bailarla bien me refiero, no en plan mamarracho. Bailar una sevillana con una pareja masculina suele ser un momento de breve erotismo: cruzas las miradas, te agarran de la cintura; los movimientos del hombre, en unas sevillanas bien bailadas, son deliciosos. Pero, puf, tambien podría contar con los dedos de una mano las veces que he bailado así.

No entiendo ese misterio masculino: prefieren quedarse apalancados en la barra -y mirar, qué bobos- a meterse en el bullicio del baile. Ellos sabrán.

4 comentarios:

Marlowe dijo...

¡Qué bobos!

A mí me gustaba (y aun me gusta) bailar lento, pero más que nada por el roce y por los tocamientos. Serán los años, pero en mi adolescencia el baile era una posibilidad carnal más que una cuestión musical. Conclusión: No seré tan alto, pero sí más viejo.

Un abrazo.

Mar dijo...

Reconozco que el baile lento es, como asignatura erótica, de las que llevo pendiente de curso. Me habría gustado practicarla más de jovencilla en aquellas fiestas. Como actividad erótica para realizar en público es una de las mejores.

Un abrazo.

elnavegante dijo...

Generalizar es peligroso pero divertido, así que yo lo voy a hacer en este comentario:

Yo creo que los tios nos apalancamos en la barra sin bailar por dos razones: porque somos más vergonzosos de lo que queremos aparentar y porque no sabemos bailar.

Pero creeme que cuando nos lanzamos con dos copillas lo encontramos tan estimulante y erótico como vosotras.
Además, los que saben y se atreven a demostrarlo lo que ligan los joios....

A mi me encantaría saber bailar vals y tangos.

Ah, y me he reido mucho con lo de que bailamos sevillanas haciendo el mamarrracho, es completamente cierto.

Un saludo.

Mar dijo...

Es que los hombres que bailan ganan muchos puntos. Hasta las sevillanas-mamarracho -aunque hay que estar algo ciega a rebujito para puntuar por eso-.

El tango, ay, el tango, tengo que escribir un post dedicado al tango...

Gracias por venir. Un saludo.