jueves, 3 de marzo de 2011

Poli de Fargo

Una de las cosas que más me gusta del personaje de Marge, en Fargo, es su forma natural de llevar el embarazo. Se pega madrugones, se hincha a comer -comida supergrasienta-, se quita de encima con elegancia a un pesado, persigue a los malos y pega tiros.

Yo disfruté sin problemas de mis embarazos. Sólo los primeros meses lo pasé regular por culpa de las nauseas. Yo soy muy insufrible cuando me pongo alimentariamente tonta. Le cogí asquito a casi todo: los embutidos, la carne, el tomate, el caldo del puchero, los pasteles y el chocolate, hasta al agua le cogí asco. Solo quería comer potaje de lentejas y polos de limón. Una cosa hormonal a tope.

Pero aparte de esa tontería que me subió, pasé embarazos tan pimpantes. Engordaba lo justo y no me salieron ni estrías, ni manchas. Y sobre todo, fui a trabajar hasta el último momento; me di de baja sólo una semana antes de cumplir. No se trata de aguantar, se trata de no poner la excusa del embarazo para irte a casa de baja: conozco mujeres que lo han hecho -con embarazos sanos-  y no me gusta.

Estar embarazada no es ni el éxtasis entre algodones que a veces te venden (porque a más barriga, más andares de pata, menos te ves el coño para depilarte, más trabajito cuesta ponerte los pantalones), ni tampoco es un estado de enfermita crónica. Estar embarazada tiene magia (pataditas, manitas que se desperezan) y supone pequeños incordios tontorrones.

Estando embarazada puedes follar, puedes seducir, puedes ser la más guapa del lugar. No hay misterio, es la vida misma.

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