domingo, 7 de noviembre de 2010

La culpa, la culpa.

Desde el extinto Ministerio de Igualdad hasta la cosa rara que hay ahora, desde todas y cada una de las administraciones encargadas de los temas de igualdad de género están empeñados en echarnos más y más basura encima. A las mujeres. A las feministas. Tengo la teoría de que la mayor concentración de misóginos está en esas administraciones, tenemos al enemigo en casa.

Porque gran parte de lo que hacen esas administraciones y se publica (lo que leemos en prensa) es una grandiosa chorrada. A veces siento que el feminismo se encuentra bajo mínimos y que somos el hazmerreir. Levantar la polémica por una reforma en la prevalencia de apellidos es una de las mayores chorradas que me he encontrado últimamente. Una reforma puramente formal, que sólo me parece crucial en los casos de maltrato. ¿De verdad seremos más iguales cambiándonos el apellido?

Mientras somos el hazmerreir, seguimos echándonos la culpa de todo. Somos madres, trabajadoras en casa y fuera de casa, qué voy a decir que no se sepa ya. En el reportaje de El País Semanal del domingo pasado sobre las grandes empresas españolas las mujeres se cuentan con los dedos de una mano. No hay mujeres en cargos de relevancia económica. Las que hay se dedican a tareas "femeninas" (temas sociales, educativos, de cooperación). La paridad en política es un instrumento indigno: cargos para las mujeres porque sí, no por sus méritos. Pura misoginia.

Yo dejé mi cargo directivo por simple y llana culpabilidad: me restaba tiempo de dedicación a los niños. ¿Qué puñetero hombre hace eso? Nosotras somos nuestras mayores enemigas. En vez de marear la perdiz con polémicas absurdas, en vez de lamentarnos de manera vacía, en vez de fomentar el absurdo al que se está reduciendo el feminismo, deberíamos hacernos un autolavado profundo del cerebro y extirparnos esas neuronas de la culpabilidad, dondequiera que estén.

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