miércoles, 13 de octubre de 2010

Diferentes caminos, el mismo destino.


Soy tan cateta que el metro me da pavor. Ese bicharraco que llega rugiendo por un túnel negro, negrísimo. Y la gente. Joder, la gente lo triste que va en el metro. Se te pega la tristeza y cuando te das cuenta llevas el careto asi de largo. Y tanto tiempo, joder, qué ciudad más grande, entras en el metro y parece que nunca logras llegar a tu destino.

Ser la hermana mayor da una peculiar perspectiva de las cosas. Cuando eres la mayor te sientes responsable y supercapaz de todo. (Por eso quizás nunca pregunto las direcciones). Hubo una etapa de enormes diferencias. Yo era capaz de cometer las más desenfrenadas locuras. Daba la vida, entonces, por una vida desenfrenada. Ellas, a tanta distancia, me miraban con severidad (o al menos, a mi me lo parecía).

Hubo otra etapa de vida sosegada: nada de noches locas, nada de locura, a mirar la tele envuelta en una manta. Ellas, a tanta distancia aún, me miraban con compasión (o al menos, a mi me lo parecía). Yo sentía a veces envidia de su juventud, igual que antes podía sentir verguenza de mi libertinaje. Íbamos descompasadas, descompensadas, a contrapié.

Ahora, con la misma distancia cronológica, parece que nos vamos acercando. Tenemos diferentes inquietudes, distintos objetivos y sueños. No se si por herencia genética, o por la educación recibida, o por una mezcla de ambas cosas, pero, nos parecemos tanto...

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