domingo, 13 de junio de 2010

Bar de los Mundiales

Los Mundiales del 90 me pillaron en Cádiz y, como no teníamos tele, nos íbamos a verlos al bar. (No teníamos tele y sobrevivimos, aún me pregunto cómo, yo ahora no sobreviviría. Supongo que es porque éramos jóvenes y vividores). Yo nunca he disfrutado unos Mundiales como aquellos del 90, en el bar. He tenido que buscar en mi guía del Mundial de ahora dónde se celebraron los del 90 y dice que en Italia. Ni idea. A mi me daba igual el lugar y el partido. Lo que me importaba era "el ambiente".

El bar estaba a dos puertas de nuestro piso y era un bar tremendamente cutre, propio de un barrio lleno de bares cutres y lamparitas rojas -ahora lo han remodelado y se ha convertido en un barrio de gente moderna-. Era un bar enorme y bastante desangelado. Los camareros tenían cara de funeral -pero no eran mala gente- y no era muy limpio que digamos. Era un bar de batalla y de viejos borrachines, no se si sigue abierto. Como el barrio se ha vuelto moderno...

Nos comprábamos un papelón de pescado en el freidor de al lado, que tampoco se si sigue abierto. Curiosamente los dos gallegos que lo atendían tambien tenían cara pocha, qué gallegos entrañables, nosotros le teníamos puestos motes, pero ya los olvidé. En el bar nos pedíamos botellines. A mi me encantan las croquetas del freidor, es delito, pero algo tendrán de adictivo, no se. Me encantan, hace siglos que no pruebo una. Y el adobo, claro. El adobo, cuando sale bien, es una gozada.

Siempre venía con nosotros F., aquel canalla encantador. En esos Mundiales inició una campaña de seducción hacia mi amiga C. que no cuajó mucho. Yo estaba más pendiente por ver los progresos del cortejo que por los partidos. En realidad llevaban todo el invierno tonteando y las tardes y noches en aquel bar fueron una especie de prueba de fuego. Lamentablemente F. no la superó y a mi me dio pena. Me gustaban como pareja de verano.

Fueron unos Mundiales agridulces. Había exámenes finales y llegaba el fin del curso. Yo detestaba el final del curso. Nunca quería irme de Cádiz. Cuando acababa el partido y nos íbamos a casa siempre me vencía la penita negra: un partido más, un día menos en Cádiz. Yo nunca me relajaba con veinte años.

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