lunes, 31 de agosto de 2009

El problema de las espinas de pescado


Quitar las espinas al pescado es un incordio. Las madres sólo quitamos las espinas a nuestros niños, cuando son pequeños. Se desmenuza muy bien el pescadito y se investiga para que no haya espinas odiosas. No pedimos a cambio nada, se hace de forma natural. Cuando los niños ya son grandes, dejamos de hacerlo por el tema de la autonomía personal y esas cosas. Y ya no le quitamos la espina al pescado de nadie, o sólo si hay que cuidar a alguien enfermo o incapacitado. También entonces se hace y punto, por puro amor.

Pongamos un caso hipotético. Pongamos que soy esclava de un hipotético Amo que adora el pescado pero detesta quitarle las espinas. Por lógica, su esclava está para eso, para quitar espinas con presteza y sana alegría... Ag, esa retórica de la entrega. Las espinas del pescado sólo se quitan cuando hay amor. De otra forma se hará a regañadientes y se esperarán las gracias al menos. Unas muchas gracias de todo corazón.

Pero eso no es de esclavas. Las esclavas deben adorar quitar las espinas del pescado de su Amo y no desear recibir nada a cambio. Eso dice la teoría. Y yo ahora soy una sumisa que perdió la práctica -no es una queja, no es una queja, no es una queja-. Detesto teorizar, elucubrar y suponer situaciones que quizás nunca sucedan.

Y aún así, me pasé la tarde especulando sobre el puñetero pescado y la espina que lo parió.

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