sábado, 8 de agosto de 2009

Días de playa


El año pasado fui menos a la playa y no se por qué motivo. Es curioso pero no recuerdo casi nada del verano pasado, sólo los quince días que pasé en Zahara. Es decir, recuerdo cómo me sentía el verano pasado, pero apenas recuerdo las cosas que hice. Me veo en mi patio. Me veo en el Parque. Pero no recuerdo las tardes que pasé en la playa.

Este año está siendo playero, pero no me pongo morena ni a la de tres. Voy siempre tarde, a partir de las seis y ya el sol pega bien poco. Pero es la mejor hora, la caída de la tarde, con la marea baja si hay suerte y la arena fresca. Me paseo por la orilla, me planto ensimismada frente al mar, me baño cuando el agua no está en punto de congelación, miro a la gente que pasa, los barcos, las olas.

En la playa mis pensamientos son primarios: todo se me reduce a olores, al color más o menos radiantemente azul del agua, cómo está de picada la mar, si me baño o no me baño, el tacto de la arena mezclada con el agua.

Estos días me cuesta pensar y a veces, hasta me cuesta hablar. Prefiero dejarme llevar por el primatismo y no hablar demasiado.

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