miércoles, 14 de agosto de 2013

Estas redondeces

Me miro en el espejo del baño -que por una razón misteriosa hace delgada y mola mucho- y ahí están mis dos michelines en la cintura. Yo hace dos años creo que no los tenía. Hace dos años tenía mi barriguita redonda y luego, las caderas con su hueso y tal. Ahora tengo dos flotadorcitos en torno a las  caderas que he ido criando este invierno a base de vino y queso.

Mis amigas están igual que yo. Hasta AB que siempre fue la canija del grupo tiene su barriguita y sus dos michelines a cada lado. Celulitis no tenemos ninguna, lo cual es un puro milagro. Casi ninguna es tan boba para perderse en el bucle infinito del tema dietas (sólo C. que de vez en cuando coge la cantinela y nos da la matraca con el gimnasio y patatínpatatán). Mis amigas y yo misma comemos con alegría y cuando quedamos para cenar es un no vivir el trajín de platos y raciones de los que picamos todas.

Yo nunca he hecho dieta y confío en la genética para no ponerme foca. Lo cierto es que a más vieja más tonta me vuelvo con el papeo, hay cosas que ya me sientan mal, como los fritos y la leche. Ya nunca bebo leche y pensar en ella es como pensar en veneno. También por alguna extraña razón aborrecí el chocolate y muchas cosas dulces, antes era capaz de empacharme a chuches y ahora con un trocito de galleta ya me noto el cupo diario de azúcar a tope.

Así que estas redondeces deben venir por otro lado, que no de las chuches ni helados (que ya no tolero) y por ahí he leído que si a los cuarenta y cinco tienes mollis como las mías ya no hay dios que te las quite. Yo se que eso es ser una mujer real y blablabla pero yo cuatro kilos tendría que perder por lo menos. No se cómo porque del vino y el pan no me pienso quitar (mojar pan en el aceite que sobra de la ensalada, qué delicia) y deporte hago lo justo. Ya saben , ir caminando a todos los lados y va que chuta. Apuntarme a un gimnasio o a natación es demasiado para mi misantropía galopante. Y hacer cosas como pilates me da como yuyu.

En realidad estoy feliz con mis caderas redonditas. De vez en cuando me entra un poquito de angustia cuando veo fotos subreales de chicas en bikini. O cuando me pruebo ropa en Zara que no sé por qué razón tiene espejos que hacen deforme. Pero prometo no hacer planes para septiembre ni para después de Navidad. Y lo que tenga que venir, que venga.

domingo, 11 de agosto de 2013

Más sobre redes sociales

Mi relación -que no es interrelación- con las redes sociales va fatal. Ya lo tengo escrito aquí y aquí. Mi facebook lo miro a diario para engolfarme en lo que pone la gente. Con twitter hago tres cuartos de lo mismo. Miro mucho y escribo poco o nada. Un despropósito social. Podría borrarme y sería como apostatar: una maniobra muy digna pero poco práctica Me llevaría directa al ostracismo y aún no tengo ganas de llegar a esa etapa.

En twitter me engolfo entre las polémicas más absurdas y atorrantes del día. Es un baño surrealista que miro pero no toco. Probablemente me crea un ser superior. La peña es muy graciosa, eso no lo discuto, pero entra al trapo que da gloria. No entiendo muy bien esos cabreos ni las pataletas de la peña. En facebook pincho a veces enlaces indignados y leo los 358 comentarios. 358 comentarios indignados que van del hijoputa escrito en mayúsculas al "hay que salir a la calle y blablabla".

Bueno, mal: si entiendo los cabreos y las pataletas pero cada día igual, cada día igual, cada día igual y parece que con eso -escribir frases brillantes e indignadas- ya hay gente que tiene el cupo de protesta cubierto. Tengo una amiga-facebok que día si, día no escribe sobre esta mierda de pais y enlaza artículos terribles. Otro amigo que le saca el lado malo y cutre a cualquier iniciativa de la ciudad donde vive (excepto las iniciativas cool en las que él participa). Y un puñado más así. Pero nunca, casi nunca, leo a gente que haga cosas. Miento: leo a gente que hace cosas y lo publica para que le den su reconocimiento. En facebook o en twitter.

Y supongo que es absolutamente humano y lógico porque todos necesitamos leer que los demás reconocen nuestro trabajo y necesitamos palmaditas en la espalda. Que nos digan cuán solidarios somos y cuánto pensamos y nos esforzamos por los demás, con dos o tres frases pseudorevolucionarias.

Es que yo no se si incluirme en el lote.


viernes, 2 de agosto de 2013

Mi amigo el carismático

D. siempre ha sido un carismático y eso que habla poco. Hubo un tiempo en que lo veía casi a diario, era uno más del grupo, venía a la playa -íbamos caminando y cuando él venía no se hacía pesado-, venía de bares y era el que más aguantaba. Era uno del grupo y hablaba poco pero estar con él era gratificante.

Ahora lo encuentro muy de vez en cuando, pueden pasar años sin verle, porque vive lejos y cuando se acerca a visitar a sus padres, no llama a nadie. Puedo encontrármelo en plena calle de compras navideñas. O en una barbacoa así por sorpresa. Yo apenas tengo contacto con él, aunque siempre le felicito en su cumpleaños y él a mi (y sin facebook que nos lo recuerde). Pero mi amiga ES si que lo ve con cierta frecuencia y me cuenta.

D. sigue igual, AB dice que está metido en manteca. Tiene 43 años y sigue garboso y pinturero. Usa camisetas negras chulas y mantiene ese pelo negro rizado tan resultón. Lo bueno de ser su amiga es que nunca nos reprochamos no saber uno del otro en años. Lo bueno de ser su amiga es que cuando nos vemos es como si fuera ayer. Él sigue igual pero menos loco.

Mi amigo D. es de esos que sabe escuchar, por eso le queremos tanto. Puedes contarle cualquier cosa que te escucha y nunca te juzga. Él no es de contar mucho y en eso se parece a mi. Él escucha y asiente, pregunta y comenta y te da abrazos cargados de devoción. Él casi nunca nos contaba nada de sus amores tormentosos, había que sacarle noticias con sacacorchos. Tuvo dos novios muy cabrones, que ya es mala suerte, dos tipos muy malos que cotilleaban a nuestras espaldas e intentaron meter cizaña. Joder, tuvo a uno detrás del otro, el segundo más cani que el primero, menuda puntería.

Ahora no, ahora lleva años con R. que es un tío de una pieza, un poquito pedante, pero se le perdona porque es bueno y formal. Nosotras para D. siempre quisimos un tío formal que le quitara los pajaritos de la mollera y el desenfreno. D. ya no se corre juergas como aquellas de los noventa y sentó la cabeza. Forma una pareja, con R. de lo más burguesita y entrañable aunque eso sí, muy molona, muy cool, muy de profesionales liberales chachiguays. Pero no se lo tienen creído y eso me gusta de ellos.

D. es un tío que habla poco, que desaparece, que no tiene facebook, que no hace ni dice grandes cosas ni falta que le hace. Jamás le he visto gritar (aunque se que tiene genio) ni alterarse (aunque se que se traga los nervios) y si y mucho reír, con esa risa tonta e hipercontagiosa que tiene. Supongo que parte de su carisma viene por ahí.

martes, 30 de julio de 2013

Paraíso



Encima de esa duna gigante. Con el viento de poniente fresco porque viene del mar. Una duna gigante que cuesta trepar (arf, arf) y por la que no cuesta tirarse. Niños que se deslizan por la duna y ruedan haciendo la croqueta. Una duna gigante para sentarse y otear el horizonte, adivinar cuántas posibilidades de azul existen. Una duna de arena diminuta y suave, pies enterrados en la arena que no quema porque es poniente.

Abajo una orilla inmensa en marea baja, rocas que huelen a salitre. El agua transparente y muy salada. Sol que quema pero no te das cuenta porque el poniente es así: corre la brisa fresca y no sientes el calor. Olor de crema solar y salitre y el pelo estropajoso pero qué importa.

martes, 16 de julio de 2013

Gente que va, viene o se queda


Esta es una ciudad de frontera y como suele pasar, es fea y sucia, un horror urbanístico. El Paseo Marítimo  no es marítimo porque al mar se lo tragó el puerto, nuestro ENORME puerto que crece y crece y da trabajo y nos coloca en el mapa. Nadie quiere, que yo sepa, que el ENORME puerto deje de crecer.

Hace muchos años. pero muchos años, yo descubrí a la gente que pasa por aquí, a la gente en tránsito. Venían en coches de marcas chulas -nada que ver con nuestros Seitas- de matrículas belga y francesa. En coches y furgonetas hasta arriba de bultos y cachivaches. Aparcaban en el Paseo Marítimo, que entonces sí daba al mar, y de ellos brotaba cansancio y sudor. En los jardines del Paseo, en julio, dormitaban ancianas descalzas  y jugaban pequeñajos con la ropa llena de churretes. Era un espectáculo extravagante y en cierto modo mugriento -la mugre del viajero que tiene prisa por llegar al hogar- , pero yo, hace muchos años, no entendía a cuento de qué estaban allí.

Fue cruel cuando les pusieron nombre.  "Ya llegaron los moros guarros".  El Paseo se convirtió en una ruta de miedo y vergüenza. Pasé muchos años sabiendo que lo que me decían no estaba bien. Moros sucios. Moros mierdas. Moros que huelen mal. No estaba bien escuchar aquellas frases y callar, pero yo no tenía argumentos. Tenía solo ocho años. O diez. O doce.

Me llené de argumentos con el tiempo y, sobre todo, con la experiencia. Y reconocí que el principal argumento contra el asco y el miedo son el conocimiento y la convivencia. Esos chiquitines churretosos y las ancianas que dormitaban en la hierba ya no están porque tal y como llegan se marchan en barcos veloces, pero otros llegaron y se quedaron aquí, en esta ciudad de frontera, a vivir.

Conozco demasiada gente que no se hace llamar racista pero practica un racismo de baja intensidad muy dañino. Contra ellos estoy cargada de argumentos que nacieron de la experiencia y del sentido común pero suele pasar que no te escuchan porque la gente racista -que nunca admite serlo- lleva la palabra "recelo" escrita en la frente. Sobre todo, contra ellos tengo la mirada sin prejuicios de mis hijos, que tienen amigos y no le dan importancia al lugar donde nacieron; las miradas limpias de esa comunidad de críos y adolescentes que, aunque son pocos, son mejores que yo a su edad.


sábado, 13 de julio de 2013

Novela social: una pequeña defensa.

Finalmente elegí Con el viento solano. Una novela no muy extensa, estupenda para leer al fresco y compadecerse del lamentable Sebastián, ese tipo que huye y se empapuza en vino y aguardiente. Como le decía a Sara, me gusta de vez en cuando pillar una de esas novelas sociales de los años 50, que ahora no están de moda y que tienen furibundos críticos entre los que no me cuento.

La novela social hay que leerla en pequeñas dosis, eso si, porque suele ser despiadada y te deja el alma reseca. También hay que ser selectiva y desechar las que atufan a moralismo, cosa que se descubre siempre en la primera página y con esas no tengo reparo. A la estantería a morir.

Me gusta este Ignacio Aldecoa, que cuida las palabras y es rotundo en adjetivos. Cuenta las desdichas de Sebastián sin mojarse, como diciendo, oye, yo no tengo la culpa de las cosas que le ocurren a este pringao.

Me flipa El Jarama, de Sánchez Ferlosio, que creo es la primera novela social que leí. El día de fiesta junto al río, las charlas en el merendero, las tensiones y pequeñas broncas, la tragedia narrada con tanta frialdad y que de deja KO.

Amo Entre visillos, de Carmen Martín Gaite y su atroz descripción del aburrimiento y la resignación pequeño burguesa de pueblo. Tengo que volver a leerla.

Adoro Dos días de septiembre de Jose Manuel Caballero Bonald, quizás porque habla de un lugar que conozco medianamente bien y del levante que vuelve loca a la gente. Porque habla de dos días en los que pasa poco pero sucede mucho y para eso, el jerezano es un maestro.

Hay algunas más por ahí. Dentro de unos meses volveré con Aldecoa y Gran Sol (lo dicho, en pequeñas dosis) que supongo será una lectura muy grata en otoño, cuando el viento sople fuerte. Ahora, con el mar enfrente y la ducha fría esperándome, leer estas historias de calor meseteño son mi pequeño y culpable placer.

miércoles, 10 de julio de 2013

Libros de julio

Ayer terminé El atlas de las nubes. Creo que eran las nueve y media. Media hora después me puse la película. He aguantado como una campeona dos semanas sabiendo que la película estaba ahí. Siempre releo el final de las historias y en El atlas de las nubes ha sido jodido porque son seis historias con seis finales (que se entrelazan) así que he caído en la tentación innumerables veces. Compré el libro en abril, creo, y lo tuve cogiendo polvo porque no me fiaba mucho. Pensaba, incluso, que me había hecho falsas expectativas cuando vi que eran seis historias y la primera empezaba en la Polinesia, que es un lugar que en principio no me dice nada.

Leer un libro al que le has puesto un listón bajo es estupendo. He leído El atlas de las nubes y cada historia supera a la anterior, incluso la de la Polinesia (¿qué es un océano sino multitud de gotas?). Más aún, cada historia se iba superando conforme avanzaba y eso me ha ocurrido sobre todo con la del vejete editor, el genial Timothy Cavendish y su odisea en el geriátrico (otra historia que en principio no seduce y se transforma en una trepidante Fuga de Alcatraz de abueletes).

La peli ha resultado divertida -no caeré en la tontería de comparar peli con  novela-. Tenía ganas de ponerle escenario sobre todo a la historia de Somni y ver cómo se las apañaban los Wachowski. Nuevamente la historia polinesia resulta más atractiva de lo que promete. Y lo mejor, descrubrir a los mismos actores y actrices caracterizados de manera diferente en cada historia (Hugo Weaving de enfermera Noakes está soberbio).

Ahora tengo dos novelas en la parrilla de salida. Tengo Victus, de Sanchez Piñol, sin saber aún si el sopor del mes de julio me permitirá aguantar mucho rato tanta escenas bélica (aunque no se si hay muchas). Y tengo Con el viento solano, de Ignacio Aldecoa, para solazarme un poco con esas cutrísimas historias del realismo social. No se con cuál me quedaré ahora mismo, quizás las vaya alternando. O puede que aparezca otra historia por medio y me quede con ella. Julio es pura improvisación.