Me miro en el espejo del baño -que por una razón misteriosa hace delgada y mola mucho- y ahí están mis dos michelines en la cintura. Yo hace dos años creo que no los tenía. Hace dos años tenía mi barriguita redonda y luego, las caderas con su hueso y tal. Ahora tengo dos flotadorcitos en torno a las caderas que he ido criando este invierno a base de vino y queso.
Mis amigas están igual que yo. Hasta AB que siempre fue la canija del grupo tiene su barriguita y sus dos michelines a cada lado. Celulitis no tenemos ninguna, lo cual es un puro milagro. Casi ninguna es tan boba para perderse en el bucle infinito del tema dietas (sólo C. que de vez en cuando coge la cantinela y nos da la matraca con el gimnasio y patatínpatatán). Mis amigas y yo misma comemos con alegría y cuando quedamos para cenar es un no vivir el trajín de platos y raciones de los que picamos todas.
Yo nunca he hecho dieta y confío en la genética para no ponerme foca. Lo cierto es que a más vieja más tonta me vuelvo con el papeo, hay cosas que ya me sientan mal, como los fritos y la leche. Ya nunca bebo leche y pensar en ella es como pensar en veneno. También por alguna extraña razón aborrecí el chocolate y muchas cosas dulces, antes era capaz de empacharme a chuches y ahora con un trocito de galleta ya me noto el cupo diario de azúcar a tope.
Así que estas redondeces deben venir por otro lado, que no de las chuches ni helados (que ya no tolero) y por ahí he leído que si a los cuarenta y cinco tienes mollis como las mías ya no hay dios que te las quite. Yo se que eso es ser una mujer real y blablabla pero yo cuatro kilos tendría que perder por lo menos. No se cómo porque del vino y el pan no me pienso quitar (mojar pan en el aceite que sobra de la ensalada, qué delicia) y deporte hago lo justo. Ya saben , ir caminando a todos los lados y va que chuta. Apuntarme a un gimnasio o a natación es demasiado para mi misantropía galopante. Y hacer cosas como pilates me da como yuyu.
En realidad estoy feliz con mis caderas redonditas. De vez en cuando me entra un poquito de angustia cuando veo fotos subreales de chicas en bikini. O cuando me pruebo ropa en Zara que no sé por qué razón tiene espejos que hacen deforme. Pero prometo no hacer planes para septiembre ni para después de Navidad. Y lo que tenga que venir, que venga.
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