viernes, 25 de julio de 2014

En brazos del hombre maduro

Nunca he explicado mi atracción por los hombres maduros. Ninguna de mis amigas ha tenido relaciones con hombres tan mayores como los que he conocido yo. Algunas supieron de esas relaciones pero nunca profundizamos en ellas. Por eso ignoro si llegaron a juzgarme o a tildarme de loca. 

Yo nunca estuve obsesionada con hombres maduros, no iba buscando ese prototipo. Tampoco buscaba referencias paternas, nada de fantasías edípicas y chorradas así. Ni buscaba un protector en el que refugiarme y consolarme. Ni mucho, ni muchísimo menos, una especie de tutor o educador, nada de un guía cultural que me iniciara en libros o arte. Nada de eso. Siempre fui demasiado soberbia. Por eso me irritan a veces ciertas novelas de caballeros maduros que instruyen a sus amantes jóvenes. Me subleva ese prototipo de jovencita bellísima y viciosa que recibe instrucción y sexo maduro a partes iguales. 

Yo nunca fui bellísima. Y siempre me las di de instruida. Los hombres maduros con los que me relacioné alguna vez fueron retos. Entre nosotros quise establecer una confrontación, siempre, no solo de cuerpos, sino de ideas y de saberes. Suena terriblemente cursi, pero así me excitaba yo. Un hombre maduro podía ser una oportunidad de enfrentamiento y dialéctica: su experiencia y mi juventud, he ahí lo que yo buscaba. Empaparme de experiencia y enfrentarla  con mi visión ingenua de la vida. Podíamos hablar horas, ellos y yo y el sexo era secundario.

Es cierto que fantaseaba con un sexo experimentado. Fantaseaba con que mis hombres maduros me aportaran saberes eróticos y exóticos, los hombres maduros son una fuente de expectativas que pocas veces se cumplen. Sin embargo, nunca consentí que me defraudaran esas expectativas no cubiertas y relegué el sexo a un papel secundario y siempre a iniciativa suya. Mis amantes maduros me provocaban instinto maternal. Yo adoraba consolarles, cuidarles, escucharles, ser su paño de lágrimas y ellos así lo manifestaban. Buscaban una joven maciza y ardiente, sí, pero también alguien en quien volcar sus miedos, sus pequeños dramas caseros. 

Yo buscaba experiencia. Aprender de sus vidas. Les observaba como a insectos, era un poco entomóloga yo, les sorbía las vivencias, me aferraba a ellas, empatizaba de manera brutal. Era fácil y nuevo para ellos. Me gustaba sorprenderles con mi candor (a veces miserablemente impostado), me gustaba ofrecerles mi corta experiencia pueril y a menudo de una simplicidad abrumadora. A ellos, mi simplicidad se la ponía dura y yo bien lo sabía. 

Probablemente les exigía demasiado, no a nivel sexual, sino afectivo y ninguna relación tuvo larga trayectoria. Ellos eran mi banco de pruebas literario, les mandaba cartas de amor, poemas atrozmente doctos, le reclamaba con disimulo, sin decirlo a las claras, complicidad y devoción a partes iguales. Lo mismo que ofrecía yo. Yo era muy joven y muy diestra en el arte de crearme expectativas. 



 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre me resultan muy interesantes tus historias. Siempre bien contadas e invariablemente bien analizadas.

A mi me da gusto mucho gusto leerte.
Si fuera español diría que eres un poco "chula". Me dijeron que así le dicen a las personas que aquí llamamos "creídas" y tú soberbias, pero eso no implica que no voy a volver, al contrario.

También pienso que tal vez no sea esa tu personalidad sino sólo tu forma de escribir. Hay quién le gusta provocar -a provocación intelectual o psicológica me estoy refiriendo-, y fuera del teclado son una auténtica dulzura. Pero si tu personalidad es la chula está muy bien igual. Como siempre decimos, al que no le gusta que no lo lea.

Mar dijo...

No me puedo resistir a la chulería en este blog. La gente que utiliza un tono de modestia al escribir siempre me suena falsa e hipócrita.

Como bien dices, la lectura es libre. Gracias por venir y comentar.