sábado, 8 de febrero de 2014

Mi tugurio preferido

Sólo he tenido un tugurio preferido en mi vida, fue hace mucho y duré en él un par de años. Soy una inconstante, además de insociable, y tener un garito preferido al que acudir  cada noche (casi cada noche!!!) es para mi como una proeza. Yo lo buscaba, quería tener un lugar donde acudir, un sitio fijo donde encontrarme a los de siempre, un punto de encuentro, un lugar de referencia, un antro donde sentirme parte de algo.

Lo encontré en un laberinto de calles y siempre llegaba a él por azar. Estaba muy cerca de mi piso. Una plaza y varias callejuelas que desembocaban en otra plaza, más callejuelas, cada noche deambulaba con poca esperanza de llegar -siempre, siempre me perdía-  hasta que antes de doblar la esquina me llegaba el sonido de la música. Era incapaz de memorizar el lugar exacto del mi tugurio favorito. Porque siempre llegaba de noche, porque siempre llegaba envuelta en expectativas.

En aquel garito ponían mucho jazz y mucho blues, casi siempre música tranqui que te dejaba charlar, pero los fines de semana se ponían cañeros y le daban al rock radikal. Era una pasada de bareto. Ya se imaginarán a la peña. Éramos la élite revolucionaria de la ciudad y yo flipaba de formar parte de aquello. Yo acudía casi cada noche sola y a veces pasaba un buen rato sin charlar con nadie, nunca quedaba, siempre iba mi aire. Me pedía un botellín y me acercaba al grupo de turno. Poco a poco tuve el sello de habitual y pegar la hebra era cada vez más fácil.

Los días tranquilos te sentabas dentro, en unos bancos de madera. Era un antro acogedor lleno de carteles que no recuerdo, sólo la añoranza de humo, semioscuridad y Javier Ruibal de fondo musical. Los fines de semana aquello se llenaba -se ve que radikales éramos muchos en la ciudad- y lo mejor era quedarse fuera, en el callejón, apoyados contra la pared, canutos rulando de mano en mano. De vez en cuando te topabas con alguna rata que salía de entre la basura. Recuerdo que al final el callejón había una tienda abandonada, un cubil de bichos.

En aquel garito conocí a Jose el carismático, le eché el ojo en el minuto cero porque era el tipo más guapo del lugar. Tuve la fortuna de que, con el tiempo, se acercara a mi -con el pretexto de mi obra de teatro- y joder qué felicidad. No era un habitual pero cuando aparecía me alegraba la noche. Allí todos íbamos igual: nuestras chupas viejas, vaqueros elásticos y camisetas con mensaje. Una noche Jose apareció de traje y corbata y fue el gran bastinazo. Ya digo que era un carismático.

Dejé de acudir al garito sin previo aviso. Es mi estilo. Tenía mis motivos, motivos muy razonables aunque estoy segura que todos pensaron que era una incoherente y una veleta. Dejé de acudir y dejé de ver aquella gente que pensé, durante un tiempo, era mi gente. También a Jose. Desde entonces no he vuelto a tener un lugar fijo, un clan. Ni falta que me ha hecho.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En esta vida hay que ser más veleta, o se te suben a la chepa..

tu.sumisa.preferida dijo...

Muchísimas gracias por la visita y por tus palabras..
te sigo
ha sido un placer leerte!!!
<3

tu.sumisa.preferida
EntregadayExigente

Mar dijo...

Hola, jordim. Veleta no lo veo. Ir para donde sopla el viento es como muy borrego no?

Sumisa preferida, igualmente.