jueves, 21 de abril de 2011

"matando muerte en vida la has trocado"

Soy creyente y no tengo ningún mérito. Hablar de la fe y de las creencias no es un tema que domine. Es íntimo y cuando hablo o escribo sobre ello el resultado es infantil, ingenuo y quizás hasta ridículo. Cualquiera podría emprender una batalla dialéctica conmigo y dejarme sin argumentos. Aunque en cualquier caso, mi fe -la fe- no tiene argumentos racionales, ni bases coherentes ni sólidas. Yo no voy por ahí ejerciendo de adalid de mis creencias. Además, no me gustan las batallas dialécticas donde desde el principio soy la perdedora.

Imagino que ayer no salió ninguna procesión, porque estuvo lloviendo. Me da lástima por la gente que lo disfruta. A mi me gusta encontrarme procesiones al paso y me emociona ver a la Virgen mecida al compás, el esfuerzo de los costaleros... todo eso. La música, el incienso, las imágenes de dolor y redención, son ayudas, o recuerdos que aupan mi emotividad religiosa. Yo soy una creyente de colorines. Creo en la Virgen de Fra Angélico y en esa Virgen que mecen los costaleros de mi pueblo. En ese Cristo que percibo tras una imagen de pasión. Como ven, se me puede rebatir por todos los costados. Aunque es algo que me la suda bastante.

Para mi, pensar que Dios es amor y que el amor nos salva está chupado. Lo dicho, no tiene mérito alguno. Podría callármelo pero anoche soñé con un páramo y no me gustan los páramos. Estoy lejos, doy un paso y me caigo al agua, doy dos pasos y soy africana. Estoy lejos, sólo puedo dar amor y ningún consejo, ¿puedo transformar ese páramo? Optimistas que dan asco, como yo, siempre dirán que si. 

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