lunes, 12 de julio de 2010

Oe,oe,oe,oe

Yo ni vi el partido ni nada porque me pongo muy nerviosa. Estuve cenando más o menos tranquila y leyendo, oía el futbol y me preguntaba por qué sufro, si no es para tanto... Por la tarde, en la playa, a eso de las siete, ya no había nadie. Era extrañísimo, un domigo en una playa que se pone a tope, y estábamos cuatro gatos. La señora de las duchas estaba la mar de contenta porque la media hora de trabajo que le quedaba se lo iba a pasar sentada escuchando el partido por la radio.

Cuando cené me fui arriba y flipé con el vecino de enfrente. El hombre transmitía literalmente el partido, se cagaba en los muertos del árbitro, chillaba de agonía. Un número. Ese vecino me cae muy mal porque tiene pinta de cabrón y siempre aparca de forma puteante. Así que en el fondo, me alegraba yo de su agonía.

Ya bajé cuando el gol de Iniesta y aguanté -también un poco agónica- los minutos finales. Se me saltaron las lágrimas, mandé un sms a E., llamé a mi hermana mediana, le mandé un sms a mi hermana chica y también llamé a mi padre. En la calle, como en todas las calles, había una orgía de pitos y petardos. Me hubiera gustado salir un rato a ver el ambiente, pero me pudo la pereza y me quedé en el sofá a ver el beso de Iker.

La gente estaba feliz. E. estaba feliz. Mis niños estaban emocionados, y mi padre... esas cosas no tienen precio.

A los snobs que desprecian el fútbol y sus emociones... que les vayan dando.

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