Conocíamos bien sus esquinas traicioneras, donde el levante pega fuerte; nos quedábamos pasmados frente al escaparate de delicias gastronómicas -sin dinero para comprar-; poníamos nombre a los gatos que vivían bajo la muralla; dominábamos bajo qué soportal resguardarnos de la lluvia, en qué pastelería matar el hambre de media tarde, en qué bareto daban menús económicos de platos combinados.
Y nos besábamos. Cualquier lugar nos valía para besarnos, besos en cada tramo de aquel largo malecón, besos en todos los bancos de todas las plazas y en aquella esquina frente a la estatua de San Miguel, tan desvergonzados y tan victoriosos frente al arcángel que nos miraba sin decir ni pío. Nos besábamos en el autobús. Nos metíamos mano en los asientos de atrás y de madrugada, en las casapuertas. No teníamos conciencia de que nos miraran y si la hubiéramos tenido, nos habría dado igual. Éramos un par de insensatos con toda la primavera por delante.
2 comentarios:
Qué de recuerdos me ha traído leerte!!
Besos.
Genial, siempre que sean buenos recuerdos, reina. Un besazo.
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