A mi me gustaba un montón, no se lo dije ni se lo insinué jamás pero cuando estaba cerca me notaba eléctrica; M. te contagiaba la energía indomable que tiene. Cuando llegaba, era el centro, pero no de esa manera cargante y odiosa de acaparar una reunión, lo suyo era espontáneo, el tío más espontáneo y menos artificioso del mundo. Caía bien en un plis plas, decía tres o cuatro cosas de las suyas, con ese ceceo tremendo que tiene, y ya te tenía en el bote.
Era un maestro de ceremonias perfecto, bordeaba el histrionismo sin meter la gamba, era un comediante, un atractivo bufón. Recuerdo aquel viaje que hicimos en pandilla, él se apuntó en el último momento y no fui yo la única que respiró con alivio. Todos le queríamos. Dos días completos con él, y no hacía falta que hiciera chistes todo el rato. M. sólo tenía que sonreír y ya estaba una a gusto.
Hoy he leído sobre él y le he recordado. La última vez que le vi fue hace dos veranos y se había quitado aquella barba horrorosa. Iba con su novia del instituto, habían vuelto a juntarse tras muchos años cada uno por su lado, me contaron su historia de amor y algunas de sus movidas y fue de esas veces que encontrarte con alguien querido te da el subidón del siglo. Menudo granuja adorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario