sábado, 6 de septiembre de 2014

Hambre

Según pasa el tiempo tengo menos hambre. Me refiero a hambre de ingerir alimentos, no estoy hoy para metáforas. No he perdido el apetito pero antes yo era capaz de desayunar dos veces y siempre pedía postre en los restaurantes. A eso me refiero.

Creo que fui una niña tragona, al menos eso me dice mi madre. También recuerdo a mi padre advirtiéndome que si comía así cuando fuera mayor sería una foca. Recuerdo a mi hermana mirando con odio su plato de lentejas y a mi madre furiosísima con ella. Con veinte años yo tenía unos mofletes adorables, parecía que el tiempo iba a dar la razón a mi padre.

Ahora nunca pido postre cuando salgo a comer fuera porque me sacio rápidamente y porque he perdido el gusto por las cosas dulces. Mis amigas aún se extrañan, dado que yo era famosa por mi querencia por los postres. Me cabrea esa manía de mis amigas que aún me preguntan por qué ahora odio el chocolate. (Joder el tiempo pasa y las ganas de ciertas cosas se pierden. Se de una que ha perdido las ganas de follar y yo no se lo reprocho).

Recuerdo etapas en las que comía con hambre atroz. El casi año que viví en Sevilla, con aquella familia encantadora, sufrí de una gula desmedida. Cuando Rosi y los niños no estaban yo deambulaba por la cocina y el salón muerta de ansiedad (y pena), abría la nevera y metía el tenedor en la ensaladilla, tragaba croquetas frías, patética de mi, me atiborraba de polvorones. Cuánto odio los polvorones.

La última vez que me recuerdo comiendo sin piedad fue tras mi primer parto, mientras criaba a mi hijo. Ya conté que estuve deprimida y nadie lo notó porque yo en algunas cosas soy muy bruta. Ni siquiera yo lo notaba (excepto que me resultaba raro estar siempre angustiada y casi nunca embelesada de amor por mi bebé). Aquellos días yo comía como nunca y se lo achacaba a la lactancia. Tenía al bebito enganchado a la teta cada dos horas y tras cambiarle el pañal y dejarlo dormido yo me lanzaba a comer. Nunca he comido con tanta furia. Helados, sobre todo me moría por los helados porque era verano y el calor me traía loca.

Estoy releyendo Biografía del hambre, de Amélie Nothomb, que equipara su exagerada hambre de comida con el hambre que siente por todo: leer, viajar, aprender, descubrir, esas metáforas del hambre que no me apetece hoy desgranar.

Esa hambre yo no la he perdido.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Te acabo de conocer por casualidad... y me gustas, creo que me quedaré.

Anónimo dijo...

Has consultado al médico?

Mar dijo...

Genial, Lola, espero que pases un rato entretenido.

Médico no, Alejandro, ¿debería? ¿Me pongo hipocondríaca? no, no, no