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En mi pueblo a las atracciones de Feria les llamamos cacharritos. No hay niño que no sea un fanático de los cacharritos. Yo fui una tremenda fanática y apenas me bajaba de uno cuando ya pedía el siguiente. Un coñazo.
Yo iba a la Feria a fantasear, ya lo tengo escrito por aquí. Y a pasar miedo, pero no el miedo del Tren del Terror sino el del vértigo. Yo siempre fui una valiente en los cacharritos, de las que se montan en los peores, esos que dan vueltas y te ponen cabeza abajo. Aquella noria infame que no tenía protección, como la de ahora, me jugó malas pasadas. Un año la cunita se balanceaba como loca con el viento de levante y otro año uno de la pandilla se empeñó en balancearla él, por hacer la gracia. Él miedo que pasamos AB y yo no está escrito.
Ahora sigo montándome en la noria pero no hay color: Está superprotegida y es un paseo de lo más tranquilo. Sigo fantaseando en la noria, como de chinorri, y es un placer embobarse con las vistas. Mi fea ciudad parece otra, llena de luces y magia.
Ya no me monto en cacharritos que te ponen cabeza abajo pero me quedo mirando a los niños, como mucha gente. Te quedas un rato hipnotizada con esos giros peligrosos y tiemblas de gusto. Me monté estos días en el Saltamontes y pasé un ratito de pánico. La jodida ansiedad. Un ruidito que salía de no se dónde. Joder, los saltos y la cunita saliendo rebotada hacia el quinto carajo y nosotros con ella. Al final logré relajarme y disfrutar.
Lo que nunca he conseguido es divertirme en los Coches que Chocan. Como todo el mundo sabe los Coches que Chocan es el summun del postureo, ahora y siempre. A mi, de jovenzuela, me tenían que obligar mis amigas, que siempre fueron más de ligar que yo. Era un horror y un martirio. Mi ideal es una pista de Coches que Chocan sin coches, sólo el mío y en todo caso el de una amiga. Pero la pista siempre va petada de chavales que van a por una. Normalmente las más pavas. Tengo la imagen fija del nota sentado sobre el respaldo del coche, cigarrito en la comisura y sonrisa cruel. Los mismos que hay ahora, nada ha cambiado. Yo les miro de reojillo. Por si se sienten aludidos con mi miedo.
El cacharrito que sale en la foto, delante de la noria, le llamamos en mi pueblo "el carro las patás". Se supone que en él se monta la peña más cafre para molerte a patadas. Mis padres nunca me dejaban montarme por eso. Hace un par de años, volvió ese cacharrito a mi pueblo y vencí mis temores a las patadas. Al principio fue genial, es un cacharrito alucinante, da vueltas, da vueltas, sube alto. No hay patadas. A la mitad me quería morir de las nauseas. Es el signo de los tiempos.
Pero, ¿ saben? Mis amigas ya nunca se montan en cacharritos, ni mis compañeras del trabajo. Yo sí.
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