La primera vez que fui a Cádiz en Carnaval fue en 1987, el año que Un montón de guanaminos ganó el primer premio de chirigotas. Recuerdo que no me gustaron por la tele, pero días después les vi en un tablado de la Plaza San Francisco y fue otra cosa, menudo hartón de reir.
Mi amiga AB me invitó a su piso y fui en un autobús lleno de peña con ganas de cachondeo. Yo iba sola y estuve un rato de cruce de miraditas con un chavalito mono. Más pava no se podía ser. En esa época yo atravesaba una horrorosa fase de existencialismo romántico. O dicho de otra forma: aún era VIRGEN y estaba más caliente que los palos de un churrero.
Mi amiga vivía en un cutrepiso del centro que compartía con tres estudiantes más. Uno de ellos, al que llamaremos Juan, era su futuro novio, pero en aquel febrero estaban en plan jiji-jaja. Para mi bochorno, el chavalito de las miraditas en el autobús era amigo de Juan y allí, en el cutrepiso me lo encontré de nuevo. Pero como el piso estaba lleno de gente, pude hacerme la loca todo el tiempo. Yo estaba caliente pero la tontería me superaba.
Esa noche salimos disfrazados de mamarracho. Mi amiga, su hermano el chirigotero con un amigo guapo y un puñado de primos, que mi amiga tiene de todos los colores. A mi me molaba el amigo guapo del hermano chirigotero de AB; tenía barbita de tres días, que en los ochenta era tan resultona, y era un cachondo mental. Pero él era un tío mayor y guay. Yo me arrimaba a él todo lo que podía, pero ná, como si fuera invisible. O peor aún, una amiga de una hermana -y hermana pequeña para más inri-, lo cual es una insignificancia.
Mi líbido se disparó aún más cuando nos encontramos a S, aquel estudiante de Medicina morbosete. Era la segunda vez que nos veíamos y joder, seguía teniendo la misma cara de vicioso. Yo, tan virgen y tan atontada, me hacía la interesante con mi cigarrito pero ná: la Plaza Mina un sábado de Carnaval es una locura. Imposible dejar de ser doncella una noche así.
El final de la noche fue horroroso -pero cuando lo recuerdo con AB nos partimos la caja-. En su cuarto dormimos lo menos diez personas, el amigo guapo del hermano entre ellas, pero en la otra esquina. Yo no pegué ojo entre mi amiga y la prima, con otro primo cruzado en la cama, a los pies. Un churreteo. Al día siguiente, la cola para el baño fue kilométrica. También estaba el chavalito de las miraditas, pero yo ya ni me acordaba de él.
Total, que volví a casa en el mismo autobús, pero ahora lleno de gente amuermada. Volvía con resaca y el himen intacto, maldita sea, me había hecho ilusiones, es que nos venden el Carnaval como una cosa de lujuria y sinsentidos pero ná, no es pa tanto.
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