Esta mañana estaba yo toda contenta porque tenía mucho trabajo. Un montón de cosas chulas por hacer. Pero me entró frío y me senté con mis compañeras a desayunar (a redesayunar). Hablaban de dietas (otra vez!!!) y luego, de compras. Más tópica no la hay, la conversación. Yo, en momentos así, escucho y digo poco. Respecto al tema dietas voy de sobrada: como no me hacen falta... Respecto al tema rebajas, como ya había escrito aquí sobre eso, me sentía como la que no tiene qué decir. ( Y qué coño, me la sudan los temas típicamente femeninos).
De todas formas me apetecía socializar y me quedé calentándome las manos con el café, además, me suele gustar escuchar a la gente. Antes me jodía no saber qué decir, temía parecer un mueble. Ahora cada vez lo valoro más. Es mejor callar, escuchar y no hablar como una cotorra para decir sandeces. Escuchando se gana mucho. Se aprende (lo cual es una perogrullada de frase, pero tampoco tengo el blog para escribir todo el rato frases brillantes).
Después charlamos, tú y yo, un rato y cuando lo hacemos me resulta fácil meterme en tu piel. Sólo hay que escucharte. Antes me ponía nerviosa si no sabía de qué hablar. Antes era capaz de decir muchas sandeces. Ahora hablo poco y ese es el mejor ritmo: tú hablas, yo te escucho e intento meterme en tu piel. No me gustaría que sacaras la conclusión de que eso es muy "de sumisa" porque, carajo, no lo es: es sólo empatía, algo que se me da bastante bien.
2 comentarios:
Saber escuchar, lo que se dice escuchar de verdad sin estar pensando qué voy a decir yo, es un don poco común.
Saludos.
Pues no se, Marlowe, yo creo que todo el mundo puede hacerlo, sólo hace falta practicarlo (bonito tema para un libro de autoayuda, ja.)
Saludos.
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