martes, 6 de abril de 2010

Levante


Parecía que el tiempo apacible y soleado llegaba para quedarse, pero no. Llevamos un par de días de levante perruno, de ese que te trastorna la cabeza, te deja el cuerpo molido, te abate kilos de milibares encima de la espalda. De ese que te vuelve loca en esta bendita tierra. Qué sería de nosotros sin levante.

Esta mañana me compré una falda azul larga. Azul. Larga. De algodón. Me llega por los tobillos y es superjipi. Hacía mucho que no tenía una falda larga, tan larga. Pero con levante no puedo ponérmela, hace frío.

Leí la prensa con el desayuno. Un largo reportaje sobre píldoras que ayudan a conjurar la tristeza. El puñetero levante no deja levantar cabeza. Yo, cuando ando tristona, escribo. Una vez acabé un poemario con el levante como título. Lo presenté a concurso. No gané ni nada pero me alivió muchas penas.

En el trabajo noté que hoy es martes. Ya chirriaba menos, yo. Ayer, después de las vacaciones, eché a andar a duras penas. La culpa es del levante.

El levante se colaba en el teléfono, mientras conversaba con E. Puñetero levante y entrometido. Pero en casa ya no. Como cada día, estos días, lenta cotidianeidad llena de amor.

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