lunes, 16 de septiembre de 2013

Mi familia de Sevilla

Ya he escrito sobre mi cuarto de Sevilla y sobre mis tristes diecisiete en aquella ciudad. Desorientada, confundida y encerradísima en mi misma, yo pasaba las horas metida en mi cuarto mirando por la ventana, escribiendo poemas y estudiando. La mayor parte de los días no fui una compañía agradable y siempre lo he lamentado.

Yo adoraba a María, la niña de la familia que me acogió aquel año en Sevilla. Había también un bebé gordo que se pillaba rabietas tremendas, pero ni siquiera recuerdo un nombre ficticio que ponerle. Con María, en cambio, pasé ratos estupendos cuando a veces iba a recogerla al cole o cuando la llevaba a la cama y le contaba cuentos. Era muy pesada, como todas las niñas cariñosas, y siempre me pedía más cuentos, otro más. Era una gitanilla rubia de ojos azules y con un carácter endemoniado. Jamás he vuelto  a ver a un crío al que se le hinchara la vena del cuello cuando se emberrenchinaba como ella. Yo la adoraba y volcaba en ella lo mucho que echaba de menos a mi hermanita pequeña, que era de su misma edad (aunque mucho más dócil y tranquila). María era un torbellino y agobiaba a su madre y muy a menudo me agobiaba a mi. Pero yo la adoraba. Sus rizos, su voz ronca, sus abrazos apretados.

Y Rosi, que no se llamaba Rosi pero le pega el nombre que le he puesto, era tan frágil, tan chiflada a veces, tan distante y fría, tan necesitada de cariño. No se por qué me acogió en su casa, a una adolescente rarita y huraña que sólo era la hija de unos amigos de otra ciudad. Recuerdo sus fantásticas croquetas y su ensaladilla, su insomnio, su tristeza y quiero recordarla alegre pero no lo consigo porque cuando pienso en ella la veo agobiada con los niños y por el peso de una vida vacía. Recuerdo intentos de conversar, creo -o quizás imagino- alguna de esas conversaciones intensas que me entusiasmaban de adolescente y quiero recordarla contándome cosas de su vida, de sus preocupaciones, de su vacío. 

Apenas recuerdo a Luis, al que también le he colocado un nombre apropiado, y es fácil adivinar por qué. Luis llegaba siempre muy tarde del trabajo y cuando estaba en casa era como si no estuviera. ¿Cómo una polvorilla como Rosi, tan neurasténica y excitable, se pudo casar con un tipo cachazudo como Luis? Apenas le recuerdo igual que no recuerdo al bebé gordinflón y en cambio a ellas dos, la madre y la hija de mi familia de Sevilla,  las eché mucho de menos cuando me fui.

No se si María lloró cuando supo que me largaba, no quiero ni pensar en sus ojillos azules con lágrimas -esas lágrimas que derramaba con tanta facilidad-. No se tampoco qué pensó Rosi de mi aquel día que abandoné, quizás que estaba más loca que ella. Que ya es decir. La última vez que tuve noticias de ellos María se había convertido en la adolescente bellísima que todos esperábamos, el bebé gordo era un crío que rayaba la morbidez, había nacido un tercer bebé del que lo ignoro todo y se habían metido en los kikos el camino neocatecumenal o algo así. 

3 comentarios:

Maria dijo...

La de gente que vamos dejando atrás, Mar!
Bicos.

May Mercurio dijo...

ainss esto es muy entrañable, tierno, auténtico, sencillo, divertido como lo relatas y también con cierta profundidad pero como escondida, la dejas entrever pero por supuesto no la muestras.
Me gusta.
uff,el paso del tiempo..madre mía!!

Besos :)

Mar dijo...

Pues si, ohma, ellos se nos quedan atrás y nosotros de ellos. Da un poco de vértigo.

Besitos.

Qué bien que te parezca tierno y auténtico, porque lo fue y lo viví con mucha intensidad.

Besos mil.