domingo, 13 de enero de 2013

Una historia de mi vulva

En este interesante artículo, Josep Lapidario elabora un exhaustivo recorrido sobre lo que es un coño a partir de diferentes visiones, mitológicas, antropológicas, filosóficas, un recorrido muy completo. Pero debo confesar que al principio me cabreó. Porque yo suelo cabrearme cuando los hombres hablan y escriben sobre coños y orgasmos femeninos. Reconozco que es un cabreo irracional, pero una está cansada de esas actitudes prepotentes de tantos varones, que saben más de nuestro cuerpo que nosotras. Ocurre casi desde el origen de la Historia. Pero al final, Lapidario se redime, jo, lo siento, me vuelve a caer bien porque propone que las mujeres hablemos de pollas y reconoce que muchos hombres han abusado de esa actitud de "perdonavidas". 

Así que a mi manera recojo el testigo y escribo de vulvas, pero de la forma que yo se: de mi propia experiencia, de mi vulva.

Mi madre le llamaba toto y a veces totete y así le llamaba yo de pequeña. Mi toto era como el de la Nancy y yo pasaba olímpicamente de él. Mi madre me lo lavaba con agua calentita y para mi era sólo el lugar por donde salía el pipí. A veces me gustaba frotármelo, casi siempre por casualidad: una sensación agradable en una parte de mi cuerpo, como otra cualquiera.

Cuando comenzó a salirle vello a mi toto, dejé de llamarlo así y seguí ignorándolo. No me gustaba ese vello inicial, una pelusa que me parecía fea. Estaba, además, más interesada en el vello que aparecía en otras partes de mi cuerpo y que me esforzaba por ocultar, sobre todo en verano. Cuando tuve las primeras menstruaciones, resultó interesante comprobar que aquello que ya no era toto y aún no sabía cómo llamar tenía otra función. Pero sólo me acordaba de él una vez al mes.

Todo cambió con aquella etapa de masturbación diaria en mi primera adolescencia. Ahora "eso" estaba en mi mente constantemente ... pero nunca lo miraba. Me tocaba con los dedos a oscuras en la cama y a veces de día, pero mirando al infinito. Me daba verguenza y miedo. Me sentía un poco guarrilla y una descocada. Conocí mi vulva por el tacto y sólo las partes que realmente me interesaban: aquella protuberancia tan puñeteramente gustosa. Un día, por fin, descubrí sus nombres, en un libraco de mis padres, el típico libro que enseña a ser padres. Monte de Venus, clítoris, labios mayores, labios menores, vagina, perineo, eran nombres excitantes, afrodisíacos. Aprendí la teoría pero sin mirar. Y mientras me tocaba me regocijaba con aquellos nombres.

Creo que pasaron años de masturbaciones hasta que me atreví a mirarme en un espejo. Joder, me excité tan rápido... ahí estaban: mis labios rojo oscuros, la entrada húmeda e intacta de la vagina -¿y el himen, andaría por ahí?-y mi preciosísimo clítoris. Mi tesoro. Mi coño, por fin. Desde entonces, con mi coño descubierto, perdí la verguenza. Y fue maravilloso que la primera vez que un chico me vio desnuda -y me folló- me comiera el coño antes: mi coño comestible, objeto de dedicación. Se abrían formidables posibilidades.

Lo más bestial que le ha pasado a mi coño es que se olvidara de lo que era cuando parió. En la sala de dilatación te toquetean, te hurgan, te exploran, te meten dedos. En el paritorio me metieron una ventosa. Mi coño se transformaba en objeto clínico, despojado de todo valor y función, excepto el de expulsar. El coño recién parido, en esos lentos días del puerperio, mi coño volvía a ser de nuevo invisible. Cicatrices, sangre, dolor. Mejor olvidar que existía.

A veces me pregunto cómo envejecerá mi vulva. Ahora me suele gustar cómo es aunque miras ciertos coños y piensas, me quitaría ésto y lo de más allá. Mi vulva es objeto de deseo y así me lo hacen saber. La conozco bien y nos llevamos muy bien, a veces me pregunto si seguiremos llevándonos así dentro de diez, de veinte años. Quiero creer que si, que será diferente pero yo apenas me habré dado cuenta porque los cambios anatómicos y fisiológicos suelen pasar de manera imperceptible para una misma. Por supuesto, me gustaría que siguiera siendo objeto de deseo, una vulva en senectud.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bien escribís! No me gusta mucho decírtelo porque no sos practicante de la falsa modestia, pero bueno, me rindo ante tu maestría.

Me gusta cómo podés hablar de algo tuyo de forma tan impersonal y a la vez tan personal, y cómo podés hacer interesantísimo un tema tan trillado, sobre todo en el ambiente masculino, porque no solamente J. Lapidario (de paso, Lapidario, qué apellido!) sabe del tema, jajajajaj

Un beso grande

Mar dijo...

Es que realmente no es tan personal todas tenemos una vulva. (El alma si que es personal. Ya ves que me leí tu post)

Anónimo dijo...

Así que todas tienen una. Siempre se aprende algo, jajjajaja
Un beso grande

Unknown dijo...

Mi madre cuando era niña, y aún hoy lo llama 'rata'... Que forma más fea y despectiva de llamarlo, me resulta hasta misógino, toto es bastante más bonito, y coño,.... Ultimante lo que oigo es eso de 'me palpita la pita' para decir que estas excitada... Jeje ;-)

Mi enhorabuena, me encanta como escribes!

Mar dijo...

Cierto, James, y es que hasta de los blogs se aprende, jajaj.

Besos.

Mar dijo...

Qué frase más rara. Lo cierto es que sinónimos o apelativos más o menos cariñosos de la vulva hay muchos. Aquí en el sur de Andalucía también se dice mucho "tete", "chochete", "chochito", "chumino"... de forma cariñosa.

Gracias, Lucía Oscura.