Fue una semana absurda.
De esas semanas que haces/dices cosas que en realidad no quieres hacer/decir y no sabes si es por complacer a los demás o porque te pilla con las defensas bajas o porque estás alelada.
Hoy, en el colmo del absurdo, un ratón se coló en mi trabajo y armó un tremendo alboroto. El pobrecillo ratón, más asustado que nosotros, corrió por el pasillo y se topó con mis pies. Pasó por encima de mis zapatos, como una exhalación. Era una cosa diminuta pero me dejó petrificada, pobre ratón, muerto entre aullidos de humanos. Un absurdo.
Mis compañeras me regalaron un jersey -nos regalamos cosas por cumpleaños y me lo dieron tarde porque tardaron en ponerse de acuerdo. El jersey es de esos con cuello grande, enorme, ag, asfixiante y te sientes fatal sabiéndo que apenas lo vas a usar. Esta mañana lo llevé al trabajo, pero creo que no me lo volveré a poner hasta que no le cambie el cuello. Pero cuando mis compañeras se olviden de cómo era. El invierno que viene. Un absurdo.
Me he sentido un poco ridícula estos días.
Pero siempre nos queda el Carnaval.
2 comentarios:
María yo también odio esos talleres que tooodo está más forzaó que yo que sé...
todos a veces complacemos y luego nos cagamos en dios y nos sentimos un poco imbeciles o con falta de personalidad, vamos a mí me pasa, son reacciones que tienen su por qué, pero en ese momento es casí como mecànico..
un beso.
(voy a seguir leyendo tus entradas)
Te juro que en aquel taller me sentí soberanamente imbécil y con la sonrisa congelada... Aún me pregunto por qué el resto de participantes se reía (y de qué) y yo no.
Besos May, te extrañaba.
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