viernes, 21 de diciembre de 2012

La señorita D. y el fin del mundo

Mi primer fin del mundo lo viví en Quinto de EGB. Decían que iba a venir un maremoto -en aquel tiempo no decíamos tsunami- y una ola gigante nos iba a llevar por delante. Como yo era pequeña, me lo creí más o menos aunque no existían las redes sociales y sólo teníamos dos cadenas en la tele, lo cual no magnificaba nada de nada.

Mi maestra de Quinto, la señorita D., nos contaba muchas historias chulas, aunque no creo recordar nada sobre un Apocalipsis mundial. Era una maestra muy diferente a las de Segundo, Tercero y Cuarto, que fueron unas viejas brujas, feas y antipáticas. La señorita D., en cambio, era relativamente joven y muy elegante. Siempre llevaba camisas de lazo y pendientes de perlas. Pero lo que me encandilaba de ella era su perfecta dicción: era de Valladolid y siempre nos decía, muy seria, que en su tierra se hablaba el mejor castellano del país. A mi aquello me tenía cautivada.

El fin del mundo estaba previsto para una aburrida tarde de invierno. Yo estaba en el cole, porque por aquella época había cole por las tardes, y hacía manualidades. Mientras recortaba y pegaba pensaba en cuándo llegaría la ola gigante y me fastidiaba estar allí, en ese detestable colegio tardofranquista, con niñas a las que no apreciaba demasiado y con la señorita D., que aunque era buena y nunca gritaba, me resultaba demasiado severa y elegante: no era la mejor compañía para una hecatombe.

Al final, el mundo no acabó y yo volví a casa a merendar. Un tiempo gris y rutinario sin final glorioso, tal y como pienso que acabaremos la especie humana, sin pena ni gloria, nada de magníficos Apocalipsis. Un final mediocre, que es lo que realmente nos merecemos.

6 comentarios:

Odri Overthetop dijo...

Me da igual el final porque de todas maneras morire pero la historia esa tuya me encanto...
Me imagino a la profesora...y me traslado alli por un instante ...( no encuentro los acentos en el movil...como siempre)
Bonita esta entrada...de las q a mi me gustan

Besotes

Anónimo dijo...

De algo hay que morir, estimada. No sé bien por qué nos hacemos tanto problema si la única diferencia entre la muerte común y corriente y el fin del mundo es que moriremos tods juntos. Tal vez imaginemos alguna fila interminable para presentarle credenciales a San Pedro, tiempo inútil por otra parte para los bloggeros desquiciados, que nos hemosn ganado las llamas en buena ley. Un fin espectacular o mediocre, lo mismo dará en ese momento.
Besos navideños

Anónimo dijo...

Tienes razón.
Hemos sido lo suficientemente fatuos que encima nuestri fin va ha ser normalito.

Un saludo

Mar dijo...

El fin del mundo es lo de menos; me alegra que te hayas dado cuenta de lo que me importaba en este post: recordar un tiempo, una historia. Encantada de que te haya gustado, Sara.

Besos.

Mar dijo...

De pequeña me agobiaba pensando precismanente en esas filas interminables a la espera del Juicio Final. Leí trozos del Apocalipsis de San Juan siendo demasiado niña...

Besos supernavideños para ti.

Mar dijo...

Los finales tremendos sólo se ven en las películas, verdad?

Saludos, efe{LL}