jueves, 14 de marzo de 2019

La fiesta de M.

Primero vino la sorpresa y luego la fiesta. La sorpresa fuimos nosotras porque la fiesta la tenía M. perfectamente planificada. Ella, que parece llevar una vida caótica, en realidad calcula y planea hasta la obsesión. Es tremenda y a veces me asusta porque es más chica que yo y sin embargo no suele dejar nada -casi nada- a la improvisación.

Así que lloró a todo trapo cuando nos vio porque tenía su fiesta planificada pero no a nosotras. Y a ella las sorpresas buenas le provocan llanto porque es extremadamente sensible. Hasta más que yo.

La fiesta fue una pasada por la gente que vino. Unas cuarenta personas que ella había escogido con cuidado porque representan las etapas que ha ido viviendo y ella vive con pasión. Así que por el camino se le ha quemado mucha gente y en la fiesta estaban los que se supone que de verdad la quieren.

Yo apenas conocía a nadie pero en vez de agobiarme aquello me dio una energía muy chula. Era gente a la que probablemente no vuelva a ver en mi puñetera vida y di conversación a aquellos que me entraban por el ojo de primeras. De los cuarenta, dejé sin saludar a dos que me cayeron mal nada más entrar por la puerta e ipso facto les eché la cruz. Con el resto fui charlando a ratos, a muchos les confesé que era como si les conociera de toda la vida porque M. habla mucho de sus amigos, y de manera apasionada siempre. Así que en general me resultó muy fácil la conversación y hasta de algunos me despedí como si ya fueran amigos del alma míos, también.

También hubo ratos en los que estuve sin nadie con quien charlar pero mantuve el ánimo. Puede que sea la gran ventaja de ser una señora de cincuenta, que ya empieza una a estar por encima del bien y del mal. Lo de señora se lo copié a una de las invitadas. Decía que le encanta ser una señora y que se dirijan a ella así y qué coño, la admiré un rato por elegante y glamurosa.

También envidié un rato a M. porque está haciendo las cosas que yo siempre quise hacer y nunca fui capaz. Lo que pasa es que ya la envidio sin que me duela.

No tengo ni una foto de la fiesta porque apenas se hicieron. La gente se dedicó a charlar, a comer y beber y a ratos a fumar en la calle, pero pocas fotos y sólo al final, antes de irnos y yo pude no colarme en ninguna. Así que las caras de esa gente las tengo ya olvidadas, pero no me importa.

Y lo mejor de todo, eso que parece estar identificando a mi madurez, es que no me encoñé de nadie, con la de gente sexy, atractiva y de putísima madre que se reunió allí. Yo, que en cada fiesta y reunión a la que he asistido he sufrido de amor, considero un regalo no ponerme cachonda ni un momento. A la mañana siguiente lo único que me dolía era la cabeza por haber dormido poco y me sentía triste porque a M. no la volveré a ver hasta dentro de muchos meses. Pero a eso ya me he acostumbrado.

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