Como ya no tengo despacho, en algunas horas del día trabajo en la sala común. Estuve ocho años casi sin aparecer por ella, manías mías sin razón. Ahora disfruto en esa sala atestada de papeles, con portátiles de segunda mano, donde no hay sitio para poner el bolso y mucho menos colgar el abrigo.
Antes, hace un año, yo tenía todo un perchero para mi y hasta una estufa ( aquí no tenemos calefacción central ). Tenía impresora y un sillón bastante cómodo. Ahora en la sala común hay que achucharse para desayunar. Trabajamos y nos disculpamos si ocupamos media mesa con los papeles. Bromeamos, cotilleamos, hablamos de todo un poco mientras trabajamos. De las cosas que pasan, de los chavales, de viajes, de proyectos, de lo mal que está todo (aunque yo me empeñe en decir que no tan mal).
La gente trae pasteles para celebrar santos y cumpleaños. Y estos días andamos con el amigo invisible. Que ya no me provoca ansiedad. Se hacen listas para ir a comer y para dar dinero para regalos de boda o de nacimiento. Se comentan peinados, zapatos, se felicita por lo delgada o lo bien que queda una prenda o por ir de guapo subido.
No es que sea todo idílico. También hay movidas y gente gilipollas. Hasta eso, ahora, lo disfruto.
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