Algunos años más tarde, colonizamos otra barra, cuando yo salía del trabajo. Eran los años de mi turno de tarde y salía a las diez. Los viernes, algún jueves, cenábamos en aquel bar, en el mismo lado de la barra y nos alucinaba no ser los únicos con el mismo ritual: siempre coincidíamos con el matrimonio raro con las dos hijitas raras y también con los tres amigos moteros. La mujer del matrimonio raro tenía la piel muy blanca, igual que las niñas. Los moteros siempre iban vestidos de moteros, la misma ropa, o parecida, daba gusto verlos. Nos inventábamos sus vidas. Cenábamos montaditos y ensaladilla, luego no recuerdo si nos íbamos a follar.
Salimos de bares estas vacaciones y me parecía mentira. Acodados nuevamente en otra barra de bar, con tanta gente alrededor y tanto tiempo para que nos atendieran, para que nos pusieran bebidas por delante, algo de papeo, yo derrochando paciencia. Sólo yo derrochando paciencia (de algo me sirve colorear mandalas y esas mierdas). Tanta gente alrededor pero capaces de crear nuestro propio núcleo irreductible. Tuve tantas ganas de besarle.
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