Las bodas absurdas son las que empiezan con un traje de novia absurdo. En el barrio donde me crié de pequeña, un barrio humildísimo, las vecinas tenían la costumbre de salir a la calle a ver salir a la novia camino de la iglesia. Era la monda. La novia peripuesta, con el moño en tenguerengue y tambaleándose en tacones. Pues todavía hay trajes de novia que deberían estar penados por ley. Los trajes de repollo. Los corpiños. Los miriñaques. El escote palabra de honor. Dios. El escote palabra de honor debería llevar a la condenación eterna.
La ropa absurda de los invitados. Las pamelas XXL y los tocados finolis que no pegan en las parroquias de barrio donde suele casarse la gente que yo conozco. O los trajes de fin de año en bodas a las doce del mediodía. Yo he estado en bodas en el mes de agosto donde los caballeros iban con chaqué negro y corbatón hasta el cuello. Sudados. Coloradísimos. Esas barrigotas trajeadas y el termómetro a cuarenta. Una vez en una boda en Sevilla fue la rehostia. Hizo calor hasta las tres de la madrugada. Daba penita verlos, a los caballeros, que a esas alturas ya habían olvidado la compostura.
Los rituales absurdos que se hacen en las bodas. Tirar pétalos a la salida de la iglesia. A mi siempre me gustó tirar arroz, es lo suyo, lo divertido, lo guay. Zambombazos de arroz a los novios que te mueres de risa. ¿Quién fue el cursi que inventó lo de los pétalos? Y luego, los besos, no hay lugar donde se den más besos a gente que no volverás a ver en la vida que en una boda. La entrada de los novios al salón del convite, el brindis de los novios, los novios sentados a la mesa más aburrida de la sala (mirando de frente al personal, juas). El detallito a los invitados (antes ofrecían cigarrillos a las mujeres y puracos a los hombres, ahora regalan unas pijadas que te mueres) y los pobres novios saludando a troche y moche, de mesa en mesa, diciendo las mismas absurdeces.
La fuente de chocolate. Es la cosa más repugnante que he visto en mi vida.
La espada de la tarta. Y además hay sitios donde te ponen una tarta de pega para hacer el corte con la espadota. Con lo que me molaban de pequeña aquellas tartas de merengue de verdad, con sus novios de plástico en lo alto (cuando se casó mi tía me los dieron de regalo). Ahora ponen postres cursis de chocolate. O de tres chocolates, que es peor.
A mi, en realidad, lo que me gusta de esas bodas absurdas es el baile, porque a esas alturas de la celebración suelo estar feliz y pasota. Hago memoria y compruebo que en todas las bodas he acabado bailando y supersociable, incluso en las bodas donde sólo conocía a tres o cuatro. La barra libre, que tira mucho.
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