Esta mañana cuando salía de votar, me encontré con una antigua compañera de trabajo que lleva por lo menos siete años jubilada. Era de esas compañeras que siempre andan felices por el curro y que, en los meses previos a su jubilación, suspiraba satisfecha pensando en lo feliz que iba a ser en los años venideros. Una señora optimista y que siempre me daba buenas vibraciones. Nos saludamos alegremente e intentó sonsacarme cotilleos del trabajo (cotilla siempre fue un rato). Llevaba varios años sin verla y siempre me resulta sorprendente la facilidad con que fluyen los viejos afectos, aunque sepas que volverán a pasar otro buen puñado de años hasta que nos volvamos a cruzar.
Más tarde he recordado a C., con el que trabajé un año y al que no he vuelto a ver desde junio de 2000. Me gustó desde el primer día, de esos hombres que huelo y me ponen tonta al instante. Hubo tonteo. O al menos, una discreta tensión sexual. Yo también le gustaba porque me lo dijeron ( mediante uno de esos cotilleos bobos en la comida de Navidad). Recuerdo su mirada brillante cuando canté en una fiesta y los dos sabíamos que era para él. O al menos es el recuerdo que me he fabricado, aquella fiesta, un abrazo, charlas intrascendentes en las horas muertas del trabajo. Era un tipo divertido y guapo. He tenido, de forma esporádica, noticias de él. Fantaseo con volverlo a encontrar, en una reunión de viejos compañeros por alguno de esos aniversarios que tanto nos gustan. Incluso fantaseo con saldar nuestra cuenta pendiente.
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