Estaba en una esquina de la foto, un lugar un poco miserable. No era el protagonista, estaba tan esquinado que por poco no lo veo. Si me fijé en J. fue porque salía gente relacionada con él. Y por el apellido. Tuve que mirar muy detenidamente la esquina derecha de la foto porque no acababa de creerme que ese era él. Y es que está muy viejo.
Cuando lo conocí tenía casi cincuenta así que ahora debe andar por los setenta y muchos. Ya entonces estaba arrugado -por la mala vida- y tenía mal color. Como la foto es en blanco y negro no puedo apreciar el color que tiene ahora aunque me han asegurado que ya no lleva mala vida y dejó de fumar -se lo fumaba todo- y hasta de beber -se lo bebía todo-. También se, por otros, que ha tenido unos años tristes y que, desde que se jubiló, vive muy retirado. No se si en aquella casa de pueblo a la que me llevó una vez (y en la que se supone íbamos a follar pero sólo nos emborrachamos, hablamos hasta el infinito y pasamos frío).
Llevo muchísimo tiempo sin verlo -pero de vez en cuando tengo, de manera casual, noticias que me cuentan de él, como ahora, en esa foto. No es algo que yo quiera. Hay antiguos amantes míos que desearía volver a encontrar, pero a J. no. Supongo que porque no fue una relación bonita, ni sana, aunque, como siempre, yo me empeñaba en verla así. Pero con veinte años una es capaz de las peores mezquindades.
En la foto él me da lástima. Por lo que le ha pasado, por la cara y el gesto de anciano alicaído que tiene, por lo miserable y sórdida que fue nuestra relación. Ahora la entiendo así y no es algo que yo haga a menudo. Sólo con él. Probablemente le culpe de haber sido mayor y comportarse como un atolondrado. Cincuenta años de atontolinamiento, por Dios, cincuenta años que tenía y se bajaba los calzones y hacía promesas locas a las tías buenas del año. No lo hago a menudo, culpar a otros de mis gilipolleces pero le veo ahí en la esquina de la foto, me da lástima y le tiro dardos. Porque realmente lo tengo a tiro.
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