Cuando mi mejor amiga A. se hizo novia de J. cada uno trajo a sus amigos y se formó una pandilla rara. Las amigas de A. éramos un grupo maravilloso, ese que germinó de adolescentes en los ochenta y se hizo sólido de universitarias en Cádiz. Los amigos de J. eran una panda de tíos raros. Yo los conocí en mi primer Carnaval de Cádiz , pero pasé de ellos porque me parecieron feos y yo era así de gilipollas.
Cuando en primavera A. y J. comenzaron a salir, los amigos que trajo cada uno nos fuimos haciendo amigos; incluso yo, que soy muy reacia a las nuevas amistades y soy de círculo cerrado, me hice amiga de aquel hatajo de frikis. Era raros, lo juro, eran feos y sólo dos tenían habilidades sociales. Pero nos divertíamos.
Salíamos cada fin de semana y quedábamos en el mismo pub cutre que hacía esquina. Tres horas en aquel pub trasegando cervezas y trago largo (era mi época del Jack Daniel´s, cuando yo iba de chica-dura). Los frikis tenían una costumbre peculiar: cada noche pegaban la hebra con algún tipo más raro que ellos que pasara por allí y echaban el rato. No lo hacían para burlarse, yo creo que necesitaban contrastar sus rarezas con las de cualquier otro pringado.
Nos divertíamos. Salíamos en Carnavales con caja y bombo, nos disfrazábamos de cualquier manera y callejeábamos sin parar de cantar. Salíamos en Feria y mientras nosotras bailábamos en las casetas, ellos se apalancaban en la barra, sosísimos y cada vez más borrachos. Rodamos un corto. A. y J. dirigieron cada uno a su grupo, las chicas con A. y los chicos con J. y me sigo muriendo de risa cuando me pongo el DVD (y yo salgo horrorosa). Hacíamos fiestas en los pisos de los que ya teníamos piso y nos agolpábamos en la cocina para beber y no parar de reír. Eran raros y su humor era surrealista. Eran geniales.
Nunca me quise acostar con ninguno. Eran colegas, eran mi pandilla rara. Nunca intimé con ninguno pero a J. y a C. les tenía un afecto muy grande. Cuando A. y J. se divorciaron les dejamos de ver. La pandilla se rompió sin pena ni gloria. Desapareció.
A veces veo a J., que se volvió a casar y tiene dos críos pequeños. Está más calvo, mucho más delgado y se le ve cansado. Siempre me hace reír. También veo a veces a C. y le noto triste. No me atrevo a preguntarle por qué. Del resto, no he vuelta a saber nada.
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