Hoy cerré mi despacho por última vez. A partir del lunes será el despacho de otro y yo volveré a no tener el espacio propio que tanto daño me hace.
Al nuevo ocupante le he dejado la mesa ordenada, he archivado múltiples documentos esta semana y he tirado papeles viejos. He trasladado mis libros y carpetas a otro lugar y he quitado del corcho el poema de Kavafis que todo el mundo conoce y el autorretrato de Vigee-Lebrun con su hija que me reconforta siempre.
Vacié los cajones de mis cosas personales, pocas cosas, unos auriculares, chicles de menta, palitos de incienso que me regaló mi última amiga invisible.
También he ordenado las carpetas del ordenador que probablemente no vuelva a usar. Las he repartido pulcramente por el escritorio y he mandado a la papelera de reciclaje muchos archivos que se aburrían en la carpeta de descargas. Incluso recordé cerrar la sesión de Google.
Ahora entras a ese despacho y compruebas que no he dejado ni rastro tras los siete años que pasé allí y que se ha quedado un espacio limpio, anodino e impersonal. Me he empleado a fondo para borrar.y olvidar esos siete años de mierda.
2 comentarios:
De nuevo me paso por tu página...y de nuevo, siento esa atracción por tu estilo desnudo y certero y aséptico como un bisturí! Me gusta cómo transmites tantos sentimientos con tan poco texto.
Desapego, el que practicas, con maestría...no sé si será uno de los secretos de la felicidad pero, en todo caso, su hermano gemelo, el apego, sí puede ser una jodienda importante para encontrar una paz interior verdadera.
P.D.1: El poema es Ítaca, imagino...
P.D.2: Gracias por descubrirme a Vigee-Lebrun...
Claro que es Ítaca, y viene muy bien para practicar el desapego. Y Madame Vigee-Lebrun para recordar que desapego se complementa con amor sin condiciones.
Gracias por seguir.
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