jueves, 5 de marzo de 2015

Mi absurda filosofía del amor

Llevo más vida enamorada que sin estarlo. Podría calificarme como muy enamoradiza, si ese término no sonara tan frívolo. Podría sonar a coñazo supremo si entendemos estar enamorada como un estado de memez perpetua. Pero no creo ser tan tonta. Un poco sí, la tontería de las ingenuas; para estar permanentemente enamorada, hay que ser muy ingenua.

A mi me deprime mucho la gente a la que le cuesta enamorarse, la gente que va de durita. Para mi es tan sencillo que ya digo, puedo pecar de frívola o de insensata. Más aún me deprime esa gente que, llegada una edad y una pareja, declara vivir en un estado de tranquilidad -o pasividad- emocional. Esos que dicen que ya no volvieron a vivir el amor apasionado y ese rollo. Son como muy prudentes.

Yo soy muy prudente, cierto, pero no en temas de amor. Ahí yo siempre me he tirado de cabeza y sin red. Quitándome lo bailao. He conseguido buenos chichones y también buenas historias para contar frente al fuego -o al menos, para recordar antes de dormir-. También he aprendido a reírme un poco de la nostalgia, de lo que ocurrió y no volvió y de todo lo que nunca pasó. Es bueno reírse del amor.

Hace poco escribía sobre mi primer amor pero era mentira porque me enamoré por primera vez con siete años -era rubito y sale a mi lado en una foto de mi comunión. Era amor de verdad, un amor de renacuaja pero las sensaciones de flotar y levitar, sentir el sabor dulce en la boca, adorar canciones, cualquier canción, soñar despierta, olfatear las flores de naranjo como un milagro, mirarse al espejo, verse hermosa, todas esas emociones que reconozco tan bien aparecieron con siete años y, benditas sean, casi nunca desaparecieron. ¿Es o no es de ingenuas estar siempre así?

Soy una heteroamorosa. Soy incapaz, hasta ahora, de enamorarme de mujeres (otra cuestión es que las desee). Se diferenciar entre deseo y amor, aunque suelo llevarlos muy de la mano, realmente no me gusta desperdiciar ninguna ocasión emocional. También soy poliamorosa, se desenamorarme y volverme a enamorar, amar y desear dejar de hacerlo. No me gusta llorar de amor y menos aún me gusta enamorarme ciegamente (dejemos esas movidas atrás), tampoco me gusta ya ese estado de gilipollas que supone el encoñamiento. Yo ya se enamorame sin encoñarme. Son logros de la edad.

También me he enamorado después de fracasar, he hecho eso tan mal visto de a rey muerto, rey puesto, yo es que soy muy práctica y no me gusta sufrir por amor, es una especie de pérdida de tiempo y un insulto a la vida. Las sufrientes de amor yo es que no las soporto, no hay ninguna grandeza en amar a quien te desaira y es de ser muy desconsiderada con una misma y una pesada con los demás.

He tenido mis épocas cargantes y me he enamorado de gilipollas y de héroes, de utopías, amores breves y amores de largo recorrido, incómodos y huidizos, algunos destinados al fracaso desde el primer encuentro, absurdos, lentos y exasperantes. Pero otros han sido ciertos, veloces y a la vez formidables. Excepcionales. Desmedidos. Sin medida. Esos, que no acaben. No quiero, realmente, llegar a vieja y ser una  cutre.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada uno habla del amor como quiere, o mejor dicho, como puede. No creo que todo el mundo tenga la misma capacidad de amar, hay quienes aman profundamente y otros con exasperante frivolidad, pero por suerte nadie se da cuenta que tan apto es, todos pensamos que nuestra manera es la buena, menos mal, porque sería muy deprimente ser consciente que no somos capaces de lo único importante. Paradójicamente las personas más superficiales son las que mas capaces se creen de amar, aunque no es paradójico porque así funciona esto en todos los ámbitos.
Saludos