Bailarina: como muchas niñas. Con seis años los Reyes Magos me pusieron un traje de bailarina. Intentaba ponerme de puntillas. Bailaba fatal.
Cantante: porque yo era muy graciosa. Cuando iba de visita con mis padres, siempre me sacaban a cantar. Tenía un extenso repertorio. Cantaba mejor que bailaba.
Defensora de los tiburones: en octavo de EGB, junto a una amiga que ahora está metida en política. Hicimos un manifiesto y pancartas. Queríamos estudiar algo que defendiera mucho a los tiburones, pero no sabíamos el qué. Eran los tiempos de Tiburón de Spielberg y nos indignaba aquella caza de brujas.
Médico: en tercero de BUP. Me veía con bata blanca por los pasillos de un hospital y una voz llamándome: Doctora X, doctora X, acuda al quirófano. No me daba miedo la sangre, si otras cosas.
Escritora: como gané algún concurso de cuentos en el Instituto ya me creí cosa fina. Poemas adolescentes y no adolescentes, repipis y muy desesperados. Intentos de novelas, tan tristes.
Locutora de radio: a ser posible de radiofórmula. A ser posible de esos programas nocturnos donde los locutores tienen voz sugerente y entre tema y tema sueltan parrafadas llenas de sentimiento. En esa época yo no follaba.
Psicóloga: cosa corriente cuando se tienen complejos por no ligar. Pero la carrera tiene asignaturas de Matemáticas. Las Matemáticas aplicadas a la Psicología no aclaran por qué carajo yo no ligaba con dieciocho.
Actriz de teatro: con veinte años, con pocos complejos y pensando que podía ponerme el mundo por montera. Pero qué tonta y qué pesada era la gente aquella.
Lo que ahora soy -lo que seguiré siendo, cuando vuelva en mayo- es casi un compendio de todo. Tengo ganas de volver. Echo de menos a mis zoquetes.
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