sábado, 22 de diciembre de 2018

Hoy renace la alborada

Ayer fuimos al concierto de Navidad de cada año. Es un ritual que maravillosamente se repite y con el que me siento por fin navideña. Estos días atrás me daban un poco igual las fiestas. Ni en la comida del trabajo, ni en los paseos por el centro para ver las luces, ni comprando regalos con los villancicos machacones del centro comercial me sentía bien.

El concierto de Navidad, sin embargo, remueve mis emociones y me entra la llorera navideña que también me sale cuando los niños cantan un premio de la lotería por la tele. Me da un poco de vergüenza ser tan llorona, excepto cuando voy al concierto, en la iglesia de siempre, con los viejos villancicos de toda la vida.

Así que esta noche he dormido bastante bien y creo que no he tenido las habituales pesadillas del primer sueño. Esta mañana fui al Mercadona y me encontré a un viejo amigo que estuvo bastante pachucho hace meses y le di un abrazo con ganas. Hablamos de los niños y de lo bien que se pasan las Navidades en el campo y con chándal. Después, en casa, solté la compra y me puse a limpiar la puerta de la calle. Yo no soy una maniática de la limpieza, ni mucho menos, y llevaba una temporada sin darle un limpiado. En esas estaba cuando pasa por mi puerta Paco con su madre. Mi querido queridísimo Paco que me encuentro Navidad sí, Navidad no. Otro ritual de finales de diciembre.

La suerte fue que me lo encontré cuando acababa de llegar de la calle y aún no me había colocado las chanclas y la ropa cómoda de estar en casa. El sigue tan guapo y carismático como siempre, joder, con esa voz profunda que me gusta tanto. Me pilló tan navideña y tan feliz que le charlé de mil cosas y no le dejé casi ni hablar. Y sentí una gran satisfacción de disfrutar de ese encuentro casual sin necesidad de demostrar nada.

Todo son ventajas cuando ya no se desea.

martes, 18 de diciembre de 2018

En la sala común

Como ya no tengo despacho, en algunas horas del día trabajo en la sala común. Estuve ocho años casi sin aparecer por ella, manías mías sin razón. Ahora disfruto en esa sala atestada de papeles, con portátiles de segunda mano, donde no hay sitio para poner el bolso y mucho menos colgar el abrigo.

Antes, hace un año, yo tenía todo un perchero para mi y hasta una estufa ( aquí no tenemos calefacción central ). Tenía impresora y un sillón bastante cómodo. Ahora en la sala común hay que achucharse para desayunar. Trabajamos y nos disculpamos si ocupamos media mesa con los papeles. Bromeamos, cotilleamos, hablamos de todo un poco mientras trabajamos. De las cosas que pasan, de los chavales, de viajes, de proyectos, de lo mal que está todo (aunque yo me empeñe en decir que no tan mal).

La gente trae pasteles para celebrar santos y cumpleaños. Y estos días andamos con el amigo invisible. Que ya no me provoca ansiedad. Se hacen listas para ir a comer y para dar dinero para regalos de boda o de nacimiento. Se comentan peinados, zapatos, se felicita por lo delgada o lo bien que queda una prenda o por ir de guapo subido.

No es que sea todo idílico. También hay movidas y gente gilipollas. Hasta eso, ahora, lo disfruto.