miércoles, 31 de octubre de 2012

Viejo patio de vecinos

Hace años, en esta ciudad, abundaban los patios de vecinos. Mi abuela María vivía en uno, un patio comunitario alargado, casi una calle cerrada, llena de macetas y jilgueros. Allí vivían cuatro familias en casitas que eran cajas de cerillas, con un retrete para todos. La casita de mis abuelos paternos tenía apenas un salón y un dormitorio con una estampa un poco siniestra de la Virgen del Carmen en el cabecero de la cama. La cocina era diminuta y, con el buen tiempo, hacíamos mucha vida fuera, en el patio y hasta en la casapuerta.

Mi padre siempre me dice que me parezco mucho a mi abuela. Ella era alta y huesuda, de manos largas y mentón pronunciado y tenía mucho genio. Yo sólo la recuerdo como una abuelita frágil, buena y un poco melancólica. Y muy perfeccionista: se empeñaba en pasarme el peine bañado en colonia por la cabeza hasta no dejarme ni un pelillo suelto.

Yo pasaba las tardes sentada a su lado. Ella escuchaba la novela en la radio y yo leía los viejos cómics de mi padre: Tarzán, Roberto Alcázar, el capitán Trueno, el príncipe Valiente. Se que mis fantasías con "damiselas en peligro" provienen de aquellas lecturas. Mientras leía, pasaban los gatos a mi lado y yo les ignoraba cautelosamente porque siempre me dieron miedo.

Apenas recuerdo a las vecinas pero se que entre ellas había lazos de ayuda y compañía mutua, creo que en aquel patio todos se llevaban más o menos bien, quizás me equivoque. El único niño que vivía allí se llamaba Paquito y era de mi edad. A veces la madre le animaba a jugar conmigo pero yo también guardaba silencio cautelar: siempre fui una solitaria y, en aquella época, los niños, por muy buenos y nobles que fueran, como Paquito, me daban miedo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Gente permanentemente cabreada

Como soy una ingenua y una absurda, no concibo estar permanentemente cabreada. Eso no quiere decir que no me pille mis berrinches, que me los pillo y bien grandes. Hace tres días sin ir más lejos, pegué tres berridos al aire que creo asusté a los vecinos. Pero un ataque de ira no es un cabreo permanente, lo cual, ya digo, es una situación inconcebible para mi.

Es un hecho que estar permanentemente cabreado no te hace feliz -eso ya lo sabemos desde aquello de el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Por eso soy una optimista y una ingenua: es un estado puramente práctico que me hace la vida más llevadera. Una vida que es tan corta que no merece la pena pasarla enemistada con el mundo. Además, el permanente cabreo no lo va a arreglar (porque el enfado eterno te bloquea y no te deja arreglar nada: ese día de mi berrinche no hice gran cosa).

Cuando estoy junto a alguien permanentemente cabreado yo nunca le digo que pare. Es lo último que debe hacerse con alguien así y no es nada inteligente, porque a su cabreo le añades un motivo más: que se cabree con una por listilla. Al contrario, le dejo que desfogue. Dar consejos de vida a un cabreado es un error fatal y los optimismas les solemos dar asco. Por eso, yo disimulo y me hago la tonta.

Hay personas siempre cabreadas que me dan igual y si les escucho yo hago como quien oye llover. Pero también hay gente a la que aprecio o quiero y ellos despiertan mi compasión. Ojo con la palabra compasión: no es un término peyorativo. Compadecer implica compartir el padecimiento. Con los cabreados que aprecio puedo llegar a compartir su angustia, simplemente escuchándoles, pero jamás -o casi nunca- les daré un consejo que no valorarían. Quizás en su permanente enfado con el mundo sean felices, de una forma que yo no puedo entender.

sábado, 27 de octubre de 2012

Esos grandes CLÁSICOS del erotismo

Yo tengo mis lecturillas CLÁSICAS e hice mis deberes en literatura erótica desde jovenzuela. Tuve una etapa en que libro CLÁSICO de erotismo que encontraba -en librería, mercadillo o centro comercial- libro que compraba. También, lo reconozco, he hojeado mucho sin comprar. Recuerdo esa novelilla -que no es ni mucho menos un CLÁSICO- que causó furor hace unos años entre los círculos BDSM: La sumisa insumisa. Pues bien, aquella novelita tan mala me la casi leí en un centro comercial en dos días. Es que yo soy de lectura rápida.

Pero yo quería escribir sobre algunos grandes CLÁSICOS y mis sospechas de que no los han leído tanta gente como parece. Hay a quien se le llena la boca citando, por ejemplo, al Divino Marqués y, reconozcámoslo, sus novelas son un truñazo. Yo me leí Justine y creo que La filosofía del tocador -creo, porque hace la tira de tiempo y los lío todos- y lo confieso, sólo me leía las páginas de vicio y fornicio. Con el resto, donde el Marqués se pone a filosofar, no puedo. Yo soy así de bruta.

Pillé Las once mil vergas y vale, te mondas un rato pero ojito, eso no es literatura ni erótica ni bedesemera, así que no me la pongan como ejemplo. Al igual que con las novelas del Divino Marqués, Las once mil vergas busca escandalizar a mentes morigeradas, en este caso, desde el humor absurdo, lo cual, provocar desde el humor, es uno de los empeños más loables de cualquier escritor, a mi juicio. Por ello, insisto, ni Sade ni Apollinaire son los grandes maestros ni del erotismo ni del BDSM porque no eran éstos su objetivos. Filósofos, pensadores, crueles experimentadores literarios, eso sí y mucho y muy enormes. 

Reconozco que no acabé La Venus de las pieles. Me cabreaba mucho ese Severin y su antojo de ser dominado. Y Wanda me parecía una infeliz. Además, no me excitó nada y es lo mínimo que le pido a la literatura erótica. Y respecto a Historia de O, ya he escrito un par de veces sobre ella y sobre lo estúpida que me parece, lo cual no quita que me guste releerla y ponerme como una perra. Pero si le quitas los momentos cabrones, Historia de O es aburrida a muerte. 

Y sin embargo hay mucha gente que considera a los arriba citados como el summun del erotismo y el BDSM literario y yo tengo mi dudas: o bien mienten y en realidad no los han leído o bien yo soy una ignorante que no tiene ni la más mínima sensibilidad literaria. 

(Hay más novelas, pero esto no es un TOP TEN de literatura erótica, otro día quizás).



jueves, 25 de octubre de 2012

Salas de espera, familias

Ayer estaba muy hostilizada esperando. No por esperar, que no me suele incomodar si no llevo prisa y ningún cabo suelto. Cuando espero en modo zen, leo o miro a la gente. Ayer no pude sentarme porque estaban todos los asientos ocupados, así que esperaba de pie, frente a un ascensor que no se estaba quieto. Entraba gente, salía gente, camillas, goteros, gente pasillo arriba y abajo. Confieso que tengo una forma de mirar demasiado obscena: no obscena en sentido sexual, obscena en sentido ataque a la intimidad. Soy una mirona.

Ayer me hostilicé por culpa de la gente que no paraba callada y hablaba a gritos. Se supone que estábamos en un lugar de ver y callar, o al menos, hablar bajito, pero ayer había grupitos que estaban casi de parranda. Había mujeres gritonas con las que me habría liado a tortas. De cualquier forma, yo no paraba de mirar, porque además no tenía con quien hablar -ni ganas- y tampoco podía leer. Así que metía la oreja en todas las conversaciones que podía -lo cual era fácil, con tanto grito- y procuraba calmar mi hostilidad haciendo lo que siempre hago: cultivar la empatía.

Así, me enteré de la tristeza de una familia y de quién era la esposa y quiénes las hijas y la nuera. Compartí los nervios de otra familia que se movía inquieta. Me enteré de las desdichas de una rubia de bote e intenté sentir simpatía por ella, a pesar de su pinta de macarra. Miré sin recato a todo ser doliente, esperanzado, frágil, fuerte, campechano, sonriente, valiente, bromista, enfadado que pasara frente a mi. Y se me fue pasando el cabreo.

Luego, por la noche, me encontré a una antigua compañera que me habló de su familia, de sus hijas y su nieto pequeño y aunque yo seguía con pocas ganas de charlar, me enganché a su conversación. Porque me contó cosas tan sencillas y bellas que habría que ser muy mala persona para no hablar con ella. Acabé contándole de mi y sintiéndome bien.

martes, 23 de octubre de 2012

Lectura para el bolso

En realidad no he seguido leyendo El búfalo de la noche, lo tengo ahí a mi derecha pero me resulta demasiado triste ahora.

En realidad he empezado Chacal, la tengo en préstamo desde la primavera y buscaba una buena ocasión para empezarla. Es un ejemplar en rústica del año de la polka, con el careto de Charles de Gaulle en portada. Me apetece meterme en las intrigas de la OAS, aunque no se si llegaré a acabarla, no se si de tanta intriga acabaré hastiada. En realidad, el motivo principal para empezar a leerla es que me cabe en el bolso y mi e-book está en coma.

lunes, 22 de octubre de 2012

Reglas para postear: un anexo

Hace la tira de tiempo (2009), publiqué aquí sobre mis reglas para postear, reglas que creo voy cumpliendo escrupulosamente. Hoy quería puntualizar alguna cosa.

Exageración. El que lea este blog y se crea que todo lo que escribo aquí es verídico cien por cien está errado. Mi tendencia habitual es describir la realidad y exagerarla un poquito. O mucho si estoy con ganas. (Así que no se crean lo de que estoy buenísima de la muerte y que soy una MQMF y todo eso. Son exageraciones mías)

Impudicia, pero relativa. Escribir sobre temas intocables o directamente feos, como las hemorroides, es una especie de reto. Temas que no encuentro el motivo para no tocar, detesto ciertos tabúes hipócritas. Por supuesto se arregla con no leer de culos y almorranas y cambiar de blog.

Impudicia relativa porque no escribiré nunca sobre cosas que sí son íntimas. Mi vello púbico no es el culmen de mi intimidad. Todos poseemos mil cosas mucho más íntimas que jamás compartiremos en un blog. Son tesoros, secretos, rincones personales. Aquí no tienen su lugar.

Todo muy obvio;  lamentaría pasarme de lista y acusar a quienes amablemente me leen de tontos. Sólo que hoy necesito escribir cualquier chorrada antes de irme.

domingo, 21 de octubre de 2012

Antimalthusianismo

Ayer, por la calle, me miraba en los escaparates y pensaba, cielos, qué buena estoy. Es cierto que vestida suelo ganar porque a mis cuarenta y cuatro años y dos embarazos no tengo el cuerpo de una modelo. Pero ni ganas, de verdad.

El cuerpo que se nos queda tras embarazos y partos es un cuerpo victorioso. Las marcas de la cesárea, las estrías, tetas caídas, manchas en la piel, los pies hinchados, las hemorroides, son cicatrices de guerra, una guerra contra la nada. No nos lo dicen cuando vamos a parir pero todas lo sabemos. ¿Se te quitan las ganas de tener hijos? No. Esas son unas ganas bestiales, que nacen de muy dentro y apenas se pueden controlar. Cuando a mi me entraron ganas, era una especie de loba y follaba, sabiendo que me iba a preñar, como nunca he follado.

Anoche volvía a casa del teatro junto a mi madre. Mi madre tiene sesenta y seis años pero juro que no los aparenta. Ayer ella llevaba un vestido corto y medias negras con brillo plateado. Iba elegante, femenina y juvenil y yo iba mucho más sosa, con pantalones y mi nueva cazadora negra. Tres borrachos que venían de una boda nos soltaron un piropo. Pero estoy segura que iba más por ella, que con su edad y decenas de batallas ganadas, sigue siendo bellísima.

viernes, 19 de octubre de 2012

No quiero sufrir en silencio

Nadie te avisa cuando te pones de parto, aunque algo te vas oliendo por el camino. Durante el parto de mi segundo hijo no hubo anestesia y parí de la manera más natural y dolorosa posible. Un dolor extremo pero, aunque parezca repelentemente místico, muy satisfactorio. Cuando pares solo piensas en cuánto duele y en cuándo acabará. Parece una meta imposible, yo recuerdo estar pariendo y pensando a la vez, por Dios, que no salga, quiero quedarme así, que no salga que me muero de dolor.

Las matronas me instaban a empujar. Yo empujaba, sollozaba y les decía que me iba a hacer caca. Una matrona me decía, pues no importa, hazte caca, aprieta, empuja, empuja. Parir y defecar. Empujas, aprietas, nadie te cuenta lo escatológico, pares y a la media hora ya te has olvidado del dolor porque tienes a tu bebito en brazos y, joder, no hay felicidad mayor en el mundo. Miras de reojo y ahí está tu placenta, brillante y sangrienta y tan hermosa. Te sientes poderosa, soberana.

Pero nadie te avisa. Dolerán las grietas del pecho. Y dolerá mucho, muchísimo el ano. Nadie te avisa que parir conlleva sangrar muchos días en los que tienes que usar esas compresas de algodón tan poco favorecedoras. Nadie te avisa de las cicatrices en tu vulva. Nadie te avisa del doloroso premio por empujar. Unas hemorroides como soles que te acompañarán en los días venideros y duelen como las cabronas que son.

Pares, tienes hijos y no serás nunca una mamá de revista. Te queda la cicatriz de aquella cesárea. Te queda el pecho suelto y caído. Te queda la barriga redondita. Te quedan las hemorroides.

jueves, 18 de octubre de 2012

Lecturas atrasadas y amontonadas

Ya casi termino La leyenda del ladrón, quizás esta noche si el sueño no me gana la partida. La compré sin saber que iba a ser tan emocionante, buena novela de aventuras en la Sevilla de la Edad de Oro. Barcos que llegan de las Indias, galeotes, la banda de Monipodio, funcionarios corruptos e incorruptibles, Cervantes y Shakespeare... el tema me apasiona y la historia cumple con creces.

También estuve hojeando algunos relatos de Borges. Tengo pendiente junto a mi cama El jardín de los senderos que se bifurcan porque necesito respuestas o más preguntas.

Estuve hojeando también de forma muy masoquista el Diario de una ninfómana, porque quería comprobar si el sexo que describe la autora tenía alguna similitud con el mío y también necesitaba analizar los vaivenes de una relación envenenada como la que cuenta Valerie Tasso a la mitad de su historia/autobiografía.

Le robé a mi hijo adolescente Diez negritos, que le recomendé el sábado y ya está casi acabando. No pensé que la buena de Agatha Christie le iba a enganchar tanto y de qué manera. Estuve leyéndolo y recordándolo por encima para poder charlar con el niño y meterle un poquito de tensión y suspense a su lectura. Qué envidia, no saber aún quién es el asesino.

Mañana voy a ver si está en la librería la última novela de Ángeles Caso, va de la Princesa de los Ursinos y la corte de Felipe V... increible que nadie haya novelado aún esa época. Tengo muchísimas ganas de pillarla.

Y tengo muy, muy poco tiempo para leer estos días.

lunes, 15 de octubre de 2012

Mi Dulce Pueblecito

Cada vez que voy al Dulce Pueblecito me entran ganas de quedarme allí a vivir. Unas terribles ganas de hacerme pueblerina, pero ojo, nada de cuidar huerto ni gallinas, a tanto no llega mi espíritu bucólico. Sólo me entran ganas de vivir en una casita muy encalada, pasar tardes contemplativas, vivir en un retiro espiritual algo pijo.

El Dulce Pueblecito es muy cuco. Tiene casas blancas, una montaña agreste, bosques aromáticos alrededor, calles empinadas y niños que juegan a la pelota en la Plaza. Todo el que visita el Dulce Pueblecito se queda encantado. Y los bares y las tiendas de artesanía se quedan más encantados aún. Ir al Dulce Pueblecito en un puente es un horror, se peta de gente de la ciudad y no hay ni aparcamiento. Los urbanitas se pasean por el Pueblecito con sus bastones de hacer senderismo -haciendo un poco el ridículo- y se quedan admirados de lo bien que se vive allí. Muchos repiten que si pudieran, se quedaban allí para siempre.

Yo no suelo ir en los puentes porque además de misántropa, miro por encima del hombro a los urbanitas -dado que yo no lo soy aunque viva en una (pequeña y cutre) ciudad. Yo voy algunos fines de semana y no hago de urbanita -jamás me verán con bastoncito de senderismo, ni siquiera me verán haciendo senderismo-. Como mucho, me verán yendo a por setas, ahora que empieza la temporada. O tomándome una cerveza en un bar. O mirando a mi hijo pequeño jugar al fútbol en la Plaza.

Me imagino de viejecita saliendo por la puerta de mi casa blanca... y no, no me imagino. Quizás sólo quiera llegar a vieja y estar en paz. Sea donde sea.

sábado, 13 de octubre de 2012

Pequeña añoranza púbica

A veces añoro mi pubis peludo. Cuando yo era una estudiante que apenas se depilaba, estaba muy orgullosa de él. Era capaz de ir a la playa y dejar que el bikini dejara asomar algo de vello. Era capaz de ignorar cuánto abultaba aquella mata de vello. Yo tenía rizos con los que jugaba antes de dormir. Rizos suaves y lanudos, muy negros. Era algo trabajoso separar toda aquella selva para alcanzar el clítoris, lo se, por eso comencé a recortármelo.

Cuando se recortan los rizos ya nada crece igual. Yo fui desprendiéndome de todo aquel algodón negro a base de tijeras, recortándome para que no abultara el bikini -cuando me percaté de aquello-, para facilitar dedos y lengua. Y cuando el vello crecía lo hacía sin gracia, o con demasiada gracia, ya se sabe el poder de las tijeras, salía crespo, duro, demasiado vigoroso para erotizarme. 

Supongo que no sería agradable ver cómo sale ahora, ¿tendría canas? ¿crecería lacio y flojo? Me sentiría decadente. En realidad, ahora que lo pienso, no lo añoro tanto.






miércoles, 10 de octubre de 2012

Barrio cani

En mi barrio cani chocas cada día contra un muro de realidad, realidad de la buena, no de la que circula por internet. Es un barrio cani pero no chungo, tiene sus zonas nobles y otras menos, pisos que necesitan un lavado de cara, casonas con la fachada sin repellar, tiene hasta huertos con gallinas. Y solares con pandillas de gatos que me recuerdan a E.

Hace unos años veías a más chavales cargados de oro. Hasta las niñas llevaban más piercings en la cara, ahora parece que cambiaron la moda o las necesidades. En el barrio encuentras gente de la construcción y en paro, limpiadoras por horas, currelas de las fábricas, mecánicos, transportistas, gente que pone puestos de castañas; poco médico u abogado se ve por aquí. En este barrio cani hay niñas que se preñan a los quince; hay moros, payos y gitanos que van al cole y familias donde la abuela es la que cuida de los críos porque el padre está en la cárcel y de la madre mejor no hablar.

Si embargo, en mi barrio cani no verás gente bailando en los portales ni haciendo el lila por la calle. Hay tristeza y hay buena vecindad; hay, a veces, alguna pelea entre marías y a veces gente que toma el sol y come pipas en el parque (cutre). Mi barrio cani es demasiado mediocre para salir en Callejeros.

viernes, 5 de octubre de 2012

El canalla encantador

El Gallego era un encantador de serpientes. De gallego sólo tenía el apellido y que sabía hacer el conxuro para la queimada. Una vez nos preparó una, aunque creo que no le salió del todo bien. Pero daba igual, porque casi todos sus defectos se los perdonábamos. Él te sacaba esa sonrisa de canalla y te agarraba por la cintura, te decía tres o cuatro cosas bonitas y ya se lo perdonabas todo. Era un demonio.

Nunca lo vimos entrar en clase, se suponía que iba a cuarto o quinto pero él siempre estaba en la esquina del bar de la facultad, con sus acólitos, bebiendo y ejerciendo de Padrino. Tenía hechuras de siciliano, aunque era muy alto, y se peinaba con el pelo hacia atrás, no a la manera pija sino como un arrabalero. Tenía la voz cazallera, fumaba compulsivamente, era un compendio de virtudes.

No recuerdo cómo nos hicimos un lugar a su lado, en la esquina del bar y cómo comenzó a frecuentar nuestro piso, pero, sin que mediaran amor o sexo, el Gallego se pegó a nosotras y nos embarcó en juergas de primera. Nos llevaba a bares de barrio a comer el menú del día, nos llevaba a tabernas de viejo donde ponían buena cerveza, nos sacaba a bailar. Decidió que nos iba a enseñar a bailar el tango y así se tiró una temporada, sin que nunca avanzáramos un palmo. Él era así, nunca acababa los planes.

Ya digo que entre C. y él hubo tensión sexual no resuelta y todas las compañeras del piso aguardábamos expectantes al día en que por fin se dieran el lote. Nunca ocurrió, supongo que C. no se atrevió a embarcarse en una relación con un tipo tan impredecible y quizás al Gallego sólo le apetecía llenarla de piropos en lunfardo. Un día apareció con una novia de verdad, una chica dulce y guapa que no le pegaba ni con cola, pero a él se le veía loco. El noviazgo le retiró del mapa de la farra y casi dejamos de verlo, lo cual no es raro aún en los tipos más canallas y embaucadores.

 

jueves, 4 de octubre de 2012

Nuestra casa de locos

Teníamos una casa de locos y la culpa era de C., que se vino a vivir con nosotras y nadie supo predecir las consecuencias. Nuestro piso de estudiantes, gracias a C., estaba por las tardes lleno de gente que se apalancaba a tomar café y a veces a cenar. A mi me llevaban los demonios. No por soportar a más de un gorrón, sino porque parecían no darse cuenta de que éramos estudiantes y DEBÍAMOS estudiar.

La mayoría de los apalancados perdían la gracia a los dos días. Al principio molaban porque resultaban exóticos: un perroflauta, un teddy-boy, un siniestro, un guitarrista que salía en Carnaval. Solían ser gente de la propia facultad y C. se los traía a casa por simple hospitalidad. La recuerdo en los pasillos, conociendo a un futuro gorrón: Oye, y por qué no te vienes a casa a tomar un cafelito? y yo me destrozaba la cara, haciéndole muecas para que se callara la boca. La pava nunca se daba por enterada y los gorrones aceptaban una invitación que, lo juro, C. decía siempre por compromiso.

C. es así, simpatía en estado puro y nunca le oirás un no. Yo se que a ella también le terminaban cansado aquellas visitas tan largas y casi diarias. A veces la veías entrar en modo pánico porque tenía un examen al día siguiente y los jetas no acababan de irse. Pero nunca, nunca los echaba. Era agotador.

Cuando los apalancados se quedaban a cenar yo me cabreaba mucho con C. y el resto de compañeras también, pero a mi se me notaba más. También me cabreaba con los apalancados y les miraba con cara de mala hostia, pero, como suele pasar entre esa gente, ellos no se daban cuenta. Tampoco se daba cuenta C. porque es una bendita. Sólo había uno que no me molestaba y era el Gallego: aquel canalla encantador me parecía ideal para C. y yo notaba que los dos se gustaban. Fue una relación tensa y ambigua, la del Gallego y mi amiga C. , que nunca hablaba de hombres y nunca se dejaba querer, aunque supongo que fue mejor para ellos no acabar juntos.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Los condescendientes

Los pedantes son una monada. Les dediqué un texto hace tiempo y ya somos como viejos amigos. Me resultan monos porque son previsibles. Los ves venir, abren la boca y ya sabes qué van a decir. Entonces ladeas la cabeza y piensas: qué mono, qué listo y qué salado.

Como son previsibles no resultan dañinos ni molestos. La pedantería es lo que tiene: te acostumbras a convivir con ella y no pasa nada, a lo sumo te da para escribir un post y -ojalá- haces reír a tus lectores. Además, te ayuda a valorar mejor lo que tienes o conoces: esos caballeros no pedantes que son hombres como la copa de un pino. En cambio, los pedantes son sólo una ricura, poco dignos de admirar.

A menudo se ponen en modo condescendiente. Ellos no se dan cuenta  y lo hacen cuando están a la defensiva. Los pedantes suelen carecer de argumentos sólidos y recurren a la pedantería -o a la condescendencia- para epatar. Tú les caes mal o les apetece hacer una gracia  o les apetece desahogarse un ratito y te sueltan una pose de perdonavidas. Sin argumentos, claro, porque no llegan a tanto. O con argumentos mediocremente llevados o mal hilvanados: los pedantes suelen embrollarse con sus discursos -se admiran mucho a sí mismos y eso obnubila.

Son decorativos, como las figuritas de Lladró, un poco viejunos y cursis, pero inofensivos a la vista si te acostumbras a verlos a diario. A mi me gusta verlos cuando se ponen como ejemplo de cultura. Cuando se erigen en icono -Lladró, pero iconos- y se ven a si mismos tan irresistibles. Se creen muy en serio su papel, ya digo que son una monada.

martes, 2 de octubre de 2012

Levedad del ser

Viejas fotos. Mis abuelos maternos en una de aquellas fotos de estudio, jóvenes guapos. Mi abuelo de uniforme la mira a ella con deseo. Jamás vi una foto de estudio así, mi joven y bellísima abuela mirando a la cámara y mi abuelo comiéndosela con los ojos. Su nariz, su cara alargada y varonil. Tanto deseo, su legado.

Mi tío el que murió, en un puñado de fotos que guardaba su hermana. Murió con veinticuatro, veinticinco años y yo no le conocí pero me hablaron mucho de él. Tanto que es casi un mito.  Me contaron que era bueno, inteligente, hablaba inglés. Que era muy formal, muy trabajador, me contaron siempre cosas buenas de él. Aparece delgado, elegante, a veces sentado con negligencia, sonriente, con sonrisa blanca, un hermosísimo y varonil ejemplar. Su novia era rubia y a veces me la encuentro en el Mercadona. ¿Saben que aún se echa a llorar cuando recuerda a mi tío? Y, aunque se casó, la he escuchado decir que nunca amó a nadie como a él, ese chico guapo que murió.

 

lunes, 1 de octubre de 2012

No entran moscas

En boca follada no entran moscas, imposible hablar, sólo polla, lo cual es muy cómodo porque no tengo que moverme apenas.

En boca follada solo tengo que abrir y tragar sin hablar, sólo dejar que la pelvis trabaje y empuje, empuje, dentro, fuera, más y más.

Una boca follada se adapta, circunnavega, se hace muelle y flexible, circular, única, suprema, carnívora, líquida, se acopla, se doblega y no dice nada.

Tus zonas erróneas

Hoy vino la revista del Círculo de Lectores. Mi amigo JJ me dice que soy una antigua porque aún compro en Círculo. Soy una socia veterana, tengo la casa atestada de libros de Círculo y es una querencia con tintes románticos (romanticismo sin mayúsculas). Tengo mi e-book y todo, pero yo sigo comprando libros en papel y coleccionando marcapáginas.

En esta ocasión la revista trae muchos libros de autoayuda, lo cual, viviendo como vivimos, es muy lógico. La gente se está olvidando de cómo vivir y necesita manuales que le enseñen. La gente tiene miedo a fracasar en su trabajo, en sus relaciones de pareja, en sus emociones, tiene miedo a estar triste, a no ser buenos padres, a todo. La gente necesita que le digan, muy clarito, cómo motivarse, no dejarse manipular, soportar sus indecisiones, tomar decisiones, no dejarse abrumar por el estrés, dominar el pánico, no preocuparse.

Ya hablé hace tiempo de mi primer y único libro de autoayuda, aquel del doctor W. Dyer que aún es superventas. Tus zonas erróneas. Maldito libro, me comió el coco durante mucho tiempo. ¿Conté que una vez, de adolescente, fui al psicólogo, de lo adolescentemente confundida que me sentía? El muy cabrón me recomendó leer el puñetero libro. Una y no más, lo siento por los psicólogos que me lean, nunca más me tendrán de paciente.

Pero leyendo algunos blogs me entran muchísimas, muchísimas ganas de escribir mi propio manual de autoayuda. Seria genial. Lo tengo todo. Tengo experiencia, madurez, una sosegada perspectiva de la vida. Soy sensata, sobria, segura y unas cuantas eses más. Tengo sentido del misticismo y podría ser una segunda Paulo Coelho, o una segunda Eduardo Punset. Mi empatía es ilimitada. Sobre todo, me da mucha, muchísima pena leer ciertas cosas, supererróneas, superequivocadas, de gente que se lo cree. Sufre. Y yo sufro con ellos.