domingo, 31 de mayo de 2020

Nostalgia de las salas de cine

Como pusieron cines nuevos en mi ciudad, tras muchos años sin salas, volví a cierta asiduidad. No mucha, tampoco. La última película que vi en una de las nuevas salas de cine fue la última de StarWars, que me pareció una cagada irrespetuosa con el fandom.

Sí recuerdo con absoluto amor mi primera película en cine, aquel bautizo mágico. Creo que lo tengo por aquí escrito. La película fue El violinista en el tejado y me se las canciones de memoria. También recuerdo que entré con mis padres en la sala con la película empezada pero a tiempo de ver a Topol cantar If I were a rich man. Impresiona mucho una primera vez, con cinco años, adentrarse en un pasillo oscuro con la pantalla enorme enfrente, sin saber qué maravillas aguardan.

No fui mucho al cine en mi infancia, excepto a las sesiones del cine de verano, cuando había al menos uno por barrio. A mi me llevaban mis padres a uno u otro, no se bien en función a qué, si las ganas de caminar o la película que echaban, aunque daba igual porque en el cine de verano lo de menos era la película. Importaba mucho llevar un cargamento de chucherías, mirar arriba de vez en cuando para el ver cielo negro brillante de agosto, alucinar a la salida, de lo tarde que era y lo bien que se paseaba de vuelta a casa.

Las salas de verano desaparecieron una tras otra pero algunos años instalaban una pantalla gigante en el Parque. En los ochenta fui asidua, allí se veía la gente canallita de la ciudad, tomábamos botellines en vez de chuches y vi por primera vez pelis de los Monty Python, las primeras de Almodóvar y una de Oliver Stone, Salvador, que la peña radikal con la que yo me juntaba disfrutó horrores.

En los ochenta, gracias a mi amigo JA, aprendí mucho de cine, de John Ford, de Huston, del cine clásico y los grandes directores de los setenta y ochenta. De universitaria iba al menos una vez en semana, los días del espectador, fijos, alternando de una sala a otra porque en Cádiz todo está cerca. Había salas enormes, como las del cine Andalucía, y empezaron a abrir multicines con salas minúsculas donde ponian las pelis de cine independiente y te encontrabas con toda la gente gafapasta de Cádiz. Siempre los mismos que también nos encontrábamos en los ciclos de cine que programaba la Universidad. Cuando salías de aquellas sesiones todos echaban mano del paquete de tabaco y se imponía disertar de la película en plan cultureta. Éramos muy  repelentes, todos.

He ido al cine sola en ocasiones y no me gusta. Me resulta aburrido y un poco deprimente. Y me abruma estar en una sala, aunque sea pequeña, sintiéndome perdida, sin nadie familar cerca. Aunque cuando empieza la película me casi olvido de estar sola. Pero no hay color con ir acompañada, comer alguna chuchería en silencio (aunque no me gustan las palomitas), acomodarme en la butaca y mirar cómo se va medio llenando la sala, esa sensación única de compartir, con más gente, el miedo, el suspense, las lágrimas, aplaudir cuando la película emocionante ha acabado.

2 comentarios:

Darth Vincent dijo...

Hola, Mar

Me alegro de verte recuperar el ritmo y de disfrutar de tu forma de escribir, tan lúcida, sencilla y honesta...esta vez, leyendo he vuelto a aquellos recuerdos de tiempos, de sesión doble y palomitas, en los que ir al cine provocaba más emociones que un viaje en una montaña rusa...
P.D.1 A mí, la última de Star Wars, de hecho la trilogía entera con sus más y sus menos, me pareció una chuscada...la Fuerza ya no nos acompaña! Me alegro de sentirme acompañado...
P.D.2 Concordo, cómo diría un italiano, en lo de ir sólo al cine...sólo fui una vez, medio a escondidas de mis colegas, para ver a una de mis fijaciones eróticas adolescentes, Meg Ryan en French Kiss...lo sé pero es como lo del chocolate, un placer culpable! Jajaja...

Mar dijo...

Es que Meg Ryan en French Kiss es muy de culpable, jajja.