martes, 30 de diciembre de 2014

Mi cumpleaños rohmeriano



Mi cumpleaños es el 25 de diciembre. Todo el mundo lo sabe y si no lo saben, yo me encargo de publicarlo, dado que me siento orgullosa de cumplir años en un día tan fantástico. Para mi sigue siendo un día fantástico, ya conocen el lado naif de mi vida.

Miren mi tarta, qué rosa y qué naif fue. Mi tía sigue viéndome como su sobrina favorita y cada año se ocupa de encargar la tarta y las velitas. En el momento de la foto todos cantaban el Cumpleaños Feliz, como debe ser y fue quizás el momento más berlanguiano de la jornada. Pedí mi deseo, antes de soplar. Soplé una vez. Hubo aplausos y blablabla y luego se encendieron otra vez las velitas para que soplaran los niños. Y más blablabla.

El resto del día transcurrió de manera rohmeriana, bendito sea. Yo, que ejercía de anfitriona, estuve varios días de los nervios pensando en el caos más absoluto cerniéndose sobre mi casa, pero todo transcurrió de manera sosegada y sencilla. Los niños jugaron tranquilos bajo la escalera y no hubo gritos, ni peleas absurdas ni rabietas. No faltó vino y sobró muchísima comida que se repartió de manera modélica entre los invitados al finalizar el día. Conversé con todos y me porté como una dueña de la casa ejemplar (aún no me lo creo). Con mis primos veganos, con mi prima preocupada por su hijo, con mis primos que emigran al extranjero, con mis primos enamorados pero de relación tormentosa, con todos tuve un rato de charla y palabras bonitas. Ya digo, ejemplar.

El día, insisto, transcurrió en un único plano-secuencia de ritmo suave. Del comedor a la cocina y al patio y vuelta atrás, los platos, las copas, botellas, servilletas de papel, juguetes en el suelo y ellos, mi familia que interactuaba sin estridencias y con afecto. Al menos, yo desprendía afecto y buena voluntad y creo que me rebotaba. Cuando los niños se fueron a la cama y ya estaba todo recogido y limpio, me tumbé en el sofá y me enganché a El gran Lebowski, que encontré en un canal de la tele. Parecía que El Nota me estaba esperando para darme las buenas noches.

(Gracias, P., por lo de Rohmer)








lunes, 29 de diciembre de 2014

Mar en Cádiz al anochecer



En el Campo del Sur al anochecer, con el cielo de un increíble color rosa. 

Diez minutos más tarde nos encontramos y todo transcurrió como en los buenos tiempos. Ella, igual de rubia, igual de desaliñada (aunque a veces cuando se arregla es espectacular). La misma risa de cristal, el titubeo al hablar que yo no recordaba..De nuevo en el viejo bar, en nuestro rincón tras los barriles de amontillado. 

Ella me contó de su vida, su alucinante vida de viajera, de su matrimonio, de los viejos amigos. Yo recordé con ella viejas historias y la gente de aquella época. Conversamos del pasado y del presente pero jamás del futuro (sólo nuestros deseos de vernos más a menudo). Y luego más bares, más vino y nuevas historias, tantas historias después de veinte años sin vernos. 

Como hace veinte años, nos cayó la madrugada de bar en bar, bares nuevos del Pópulo que aparecieron cuando nosotras nos fuimos, hace veinte años. Y nos dio tiempo para coquetear un poco las dos, una con la otra, para rememorar nuestras hazañas, deambulando por las calles húmedas y frías del viejo Cádiz, borrachas y felices. Nos dio incluso tiempo para conocer a la gente rara que siempre acabábamos conociendo en aquellos tiempos: esta vez, un americano de Miami y una francesa lánguida que parecían enrollados pero no. Y mientras la francesa borracha me contaba su historia y se acercaba tanto que casi me comía la boca, ella confesó que se sentía celosa.

Nos despedimos a las cinco en la Cuesta de Las Calesas y le recordé cuánto la quiero. Yo estaba muy borracha, sí, pero era verdad. Y luego, un abrazo largo, o dos o tres y promesas de vernos más, de contarnos más, de buscarnos, aunque tengan que pasar otros veinte años, lo cierto es que a las dos nos da igual el paso del tiempo. 

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ars masturbatoria

Me despierto demasiado temprano. Es sábado y podría dormir más, son las siete y no entra luz por la ventana. Me quito el pijama. Me abro de piernas. No quiero follar ni quiero que me coman el coño. 

Podría buscar mi dildo pero tendría que levantarme. Fantaseo con el desodorante. Fantaseo con los juguetes caseros que a veces prefiero. Dildos frutales. Dildos vegetarianos. Dildos improvisados. En realidad esta mañana sólo me apetece fantasear con ellos y dejo que los dedos sigan a su aire.

Esta mañana sólo lo más sencillo. Exploro mi vulva y exploro mi vagina que se va mojando lentamente. Pienso que, según pase el tiempo, cada vez más lentamente; se entrometen terribles adjetivos como seca y mustia. Podría buscar mi aceite corporal pero esta mañana lo quiero todo sencillo.

Exploro y no necesito mirarme. Un dedo entra y sale y hurga en la carne blanda y caliente de mi vagina. Se me empapa y hago que empape mi vulva y obligo a mi clítoris, ese tontaina, a salir. Esta mañana, casi a oscuras, no tengo intención de mirar cómo transcurre el proceso, no quiero asomarme a mis piernas abiertas, quedarme embobada con mi coño expuesto a la nada, o sólo expuesto para mi. Podría levantarme y mirarme en un espejo, abrirme cada vez más, asomarme y asombrarme. 

Ni siquiera hoy busco imágenes que me provoquen. Podría recordar o podría imaginar leguas o coños o todas esas cosas que imagino e imaginamos y no, hoy no me hace falta y no pienso en nada. O sólo pienso en mis manos y mis dedos que se mueven y a los que obligo a moverse, a meterse, a deslizarse, a los que marco el ritmo. Dentro-fuera, rápido-despacio. Para. Sigue.

Cuando me corro, el dedo índice siente cómo se aprieta todo por dentro, cómo lo atrapo y me lo engullo; el otro dedo, o quizás el resto, va dejando fluir el orgasmo que me niego a describir pero fluye a oleadas y no se si son breves o prolongadas. Los dejo así, quietos y cansados, un poco mojados, moderadamente mojados, oliendo a coño que es un olor agradable, cálido y reconfortante. Un olor conocido que esta mañana sólo a mi me pertenece.  


martes, 16 de diciembre de 2014

Utilidad de facebook

Por ejemplo, para encontrar, yendo del amigo del amigo de un amigo, una vieja escena que no recordaba. Rostros tan jóvenes, T. con más pelo, S. con menos arrugas. Y ellos, a los que había olvidado y formaron parte de un tiempo en el que yo era ... ¿cómo definirme?

¿Inconsciente?
¿Impaciente?
¿Intrépida?
¿Ingenua?

¿Más ingenua aún?

Y no hace tanto tiempo de tal fotografía, sólo junio del año 2000. Tantas cosas en junio del año 2000. Tan distinta, tan lejana, tan irreconocible. Esa soy yo en ese tiempo y en esa fotografía en la que no salgo pero estoy.

Está C., del que ya he hablado aquí pero no me apetece buscar la entrada donde lo hice. Por ahí andará, la entrada y él, de nuevo le pongo rostro porque soy tan inconstante que lo olvidé. No me enamoré de él pero si me hubiera enamorado tampoco recordaría su rostro. Pero para eso sirve facebook, para ponerte delante de las narices un rostro que te llena de melancolía y buenos recuerdos. Un rostro que, maldita sea, no recordaba, ninguna de aquellas canas, ese cabello crespo y la cara huesuda, la boca besable que jamás besé pero no me faltaron ganas (y creo que tampoco le faltaron a él, a pesar de que yo no pasaba por mi mejor momento). Sólo su rostro pero él me lleva a su cuerpo delgado, a sus bromas, a su voz que creo era grave y me gustaba tanto, a su forma de mirarme, A mi es que ciertas formas de mirar, de mirarme, me dejan vendida, me dejan medio enamorada.

Aunque luego se me olvide, un poco, sólo un poco.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Un paseo al centro, en Navidad

Salimos de paseo al centro de la ciudad. Aquí llamamos el centro a una plaza, cuatro calles y poco más. Salimos no de compras -menos mal-, sólo a pasear, a ver las luces de Navidad y a tomarnos un chocolate con churros. Según vamos llegando al centro las luces se encienden y cuando llegamos a la plaza queda poco para el ocaso. La chocolatería está petada y no  podemos tomarnos el chocolate -mejor, porque a estas horas seguro que se me indigesta- pero nos compramos un papelón de churros -¿quién dijo indigestión?- y nos sentamos a comérnoslo en un banco de la plaza.

Este año la plaza tiene luces bien bonitas -o yo me pongo tremendamente cursi en Navidad- y las mamás se despiporran haciéndole fotos a sus peques. Una madre hace gestos exagerados para que su bebé sonría para la foto y yo hago memoria: no, yo creo que jamás hice tanta morisqueta para que mis bebés sonrieran para la foto. Creo.

También se paran ante la fuente para las fotos varios grupos que vienen de comidas de empresa. Se les reconoce porque van peripuestos, ellas de taconazo y pelo recién planchado. Abundan los grupos de sólo mujeres. Empresas cien por cien femeninas, menudo aburrimiento, pienso.

Pasan cuatro chavales y reconozco a A., que como siempre va todo sonriente. Le saludo y le pregunto que qué tal le va. Me dice que bien pero no me lo creo mucho. A. es un gamberrete de sonrisa encantadora. A mi siempre me cayó bien aunque le he regañado mucho. Al rato vuelve a pasar, con sus tres colegas, y deja sobre un banco de la plaza una lata vacía de red bull. Cabroncete.

Volvemos a casa con las manos aceitosas y la barriga llena. La zona de bares de copas es un hervidero de esa gente de las comidas de empresa. Me entretengo mucho mirando a las chicas a la moda. Mi ciudad es muy cutre pero aquí cuando se sale se va a la última y superarregladisimo. Lo petamos, vaya.

La pandilla de A. vuelve a pasar a mi lado, van alegres de la vida, caminando rápido. Me adelantan y les veo pillar por una calle muy poco recomendable. Compruebo que la poca fe que tenía por A. la acabo de perder.

Llegamos y ya es de noche aunque apenas son las siete. Mi barrio está tranquilo, los vecinos aún no instalaron sus papanoeles ni sus niñosjesús en los balcones. Pero todo llegará.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Ella quiere ser útil

Ella me confiesa que no se siente útil. Me lo cuenta un poco asombrada de mi receptividad y suelta esa confesión a oleadas, le va rebosando y yo me siento culpable, aunque jamás se lo diría. Jamás me lo diría (excepto ahora, para eso sirve este blog).

Es un diálogo lento y va fluyendo porque le doy ánimos para que siga. Más o menos me dice que está rodeada de gente que hace un trabajo valioso para los demás. Que ella dejó de sentirse así hace mucho tiempo. Se que tiene días malos pero me sorprende que haya llegado a una conclusión así, ella, la que nunca le dio tregua al fracaso ni a la depresión.

Ahora parece deprimida y yo siento culpa por la parte que me toca.

Le encanta leer y yo le dejo libros. Jamás le regalaré un libro de autoayuda, eso lo tengo claro, pero regalarle libros y recomendarle los que yo he leído y se que le pueden gustar es una forma de declararle mi amor. Me cuesta mucho hacerlo. No consigo indagar por qué.

Le cuento que no creo en la utilidad de las personas, que no estamos en esta vida para ser provechosos, que ella no se debería medir en tales parámetros. Ella siempre lo ha hecho y yo lo estaba olvidando. Le pido que me cuente siempre cómo está y ella alega que no quiere preocuparme. le contesto que si me preocupo o no me preocupo es problema mío. Que encima que está triste, se va a preocupar de si me preocupo. (siempre ha sido tan ansiosa con el tema)

Le cuento, la escucho y confío en que sea para mejor.

Que al menos hemos conversado.

Que al menos he mantenido a raya mi exasperación.

Que al menos le he mentido muy bien, que he mostrado calma y sensatez aunque sí que me preocupo -pero es un problema mío y ella no tiene la culpa-. Lo nuevo de esta situación nueva es que he dado con la clave para no ahogarme de preocupación (o culpa) por ella. El espacio que debe ocupar y que a menudo olvido. No es útil. Es de verdad amarla, aunque no se lo diga con estas palabras.

 

martes, 2 de diciembre de 2014

Prosa poética

Tengo una vieja libreta llena de textos que quieren y no pueden ser poesía. Los escribía a diario, cuando era una adolescente que se creía única, genuina y original (como todas). Pasaba  mucho tiempo mirando por la ventana, lloraba mucho porque no encontraba sentido a la vida, todas esas cosas adolescentes, terribles y asombrosas.

Así que tenía abundante material para rellenar páginas a diario. Páginas de -yo pensaba que irresistible- prosa poética porque aún no era capaz de hacer poesía de la buena, en verso libre al menos (años después sí hice mucho verso libre, todas esas cosas de los veinte años, terribles, asombrosas y sexuales).

Ahora no me atrevo a leer ese cuaderno. Me da vergüenza. No me creo a esa jovenzuela llorica. Abomino de esa tontorrona que sufría por AMOR. Miren qué orgullosa me volví y qué descreída. Una traidora a mi propio sentimentaloide pasado.

Prosa poética. Menuda mierda.