domingo, 27 de septiembre de 2009

Nuestros nombres


Antes nunca llamaba a E. por su nombre. Ahora lo paladeo, es un nombre rotundo, vigoroso. Por supuesto busqué su significado en la web y me confirmé en mi intuición: su significado es igualmente rotundo y a la vez, reconfortante. Antes no le llamaba por su nombre, creo que me perdía una preciosa sensación, pero cuando deje de hacerlo y le vuelva a llamar como antes... entonces también recuperaré el nombre dichoso de siempre, la forma bellísima de llamarle.

E. me llama Mar. Reduce mi nombre a lo esencial y me llama, me nombra usando una palabra amada por ambos. Mar, escribe; Mar, sale de sus labios y suena de una manera dulce y a la vez vigorosa, como Él.

Como una adolescente escribo su nombre en el aire y lo susurro a escondidas. Un día dejaré de hacerlo y le llamaré como antes, pero seguiré susurrando su nombre para mi, como un tesoro.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Romanticismo

La imagen clásica, una de las que en mi opinión mejor representa la idea del Romanticismo nacida en el XIX: El caminante sobre el mar de nubes de C.D. Friedich.

Mi idea de la Dominación y la sumisión, mi idea de Gor, mi percepción de las relaciones entre Amo y kajira es romántica. Y a mucha honra. Los purismos me la traen al pairo. Netamente romántica y dieciochesca. Con la esencia que trae el contemplar un mar de nubes desde la cima del mundo.

Eso es Romanticismo, aspirar al todo, aspirar a lo más alto, aspirar a la revolución. Intuir, o que leches, saber fehacientemente que es posible luchar por subir a la cima. Que si no se llega y muere el día sin tocar cumbre, no importa. Hemos sido valientes, lo hemos intentado.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Gente engreída

Esta mañana estuve conversando un rato con un compañero nuevo en el trabajo. El tipo se quejaba del actual destino, venía a decir que había bajado de categoría y que en los destinos anteriores había trabajado con gente de más nivel. Que este lugar es demasiado pequeño y mediocre y que los que en él trabajamos somos, por lógica, gente pequeña y mediocre (no dijo eso exactamente, pero por ahí iban los tiros).

Llevo en mi lugar de trabajo más de diez años. Ahora no lo cambiaría por otro. Es un lugar pequeño, somos pocos y el trato es cómodo y lo más relajado posible. En el rato libre desayunamos y hablamos de cosas cotidianas, bromeamos con afabilidad, a veces salimos por la noche a tomar cervecitas, tenemos un buen rollo. No hay gente prestigiosa, es un lugar de trabajo bastante humilde, con aspiraciones realistas y donde prima el trato cordial. Con buenos profesionales. No son eminencias. No pretendemos hacer grandes aportaciones a la Humanidad. Son (somos) buena gente.

Así se lo quise hacer ver al nuevo compañero. Pero los papanatas es lo que tienen: se obcecan y se obcecan. Él aspira a más, a cosas intelectuales, a gente superculta que no hable de los temas banales que tratamos a diario, en mi centro de trabajo. Y como el tipo no daba más de si, yo me fui poniendo en MODO OFF poquito a poco, que es lo que hago cuando el burro se pone a dar vueltas a la noria.

Lo curioso del caso y el motivo de por qué traigo esta simpleza aquí es lo que pensé en un instante, antes de dejar de prestar atención al compañero. Pensé: pero chaval, con quién te crees que hablas. Qué me cuentas de prestigio y de otras esferas. Chico, que yo juego en otras ligas. Que soy kajira.

Fue un pensamiento corto y rápido. Soy kajira, y no es algo que me haga sentir superior a las personas que me rodean. Soy siempre una más, siempre M. callada, tranquila, amable y a veces con mi genio. Pero, coño, que no me venga un papanatas a hablarme de trascendencias, ni con ínfulas de intelectual. Lo siento, no puedo tener aprecio por gente así.

martes, 22 de septiembre de 2009

El sueño de la razón

En las cosas del querer me abalanzo como una loba. El uso de la razón -que tan serena, ecuánime y equilibrada me tiene en asuntos cotidianos- hace caput.Por supuesto considero que así se vive mejor. La negación del querer no tiene cabida para mi. Nunca estuve no-enamorada (gracias a Dios).

Ya puse en otro lugar que amar tiene la cualidad de crecer en progresión geométrica. Aunque me repita, insisto y lo verifico. Cuánto más amas, más amas, más amas, más amas. Y para lograr ese inaudito crecimiento amoroso es preciso negarse a la razón.

Otra mujer más sabia y racional que yo habría puesto su bonita balanza y habría ponderado las virtudes y defectos de la situación. Para mi no hay balanzas que valgan. Las lobas salimos al campo a dar dentelladas y nos comemos la vida a bocados.

sábado, 19 de septiembre de 2009

4 horas, 18 minutos, 7 segundos

E. ha vuelto y solo se escribir que le quiero.

viernes, 18 de septiembre de 2009

El problema de la asepsia


Escribir con asepsia es un ejercicio liberador y requiere cierto esfuerzo. Las personas pasionales y en ocasiones impulsivas debemos trabajar la objetividad para no desbarrar más de lo preciso. Incluso frivolizar, que da mucha distancia a las cosas y es inocua. El problema de la asepsia es que resulta fría y huele a azulejo.

Cuando me pongo aséptica escribo sobre camisas transparentes, sobre lo bien que redacto y sobre románticos días de lluvia. Está claro que desvío la atención, lo de siempre, el pez que teme los alfileres. El pobre bicho va disimulando, a ver si no se nota lo sensiblote que es.

Cuando me pongo asépticamente objetiva no escribo de lo que realmente importa. El lunes aquí dentro algo rebotaba con fuerza.

Tampoco escribo sobre números de teléfono, sobre correos antiguos, sobre besos que mando al aire, en dirección noreste.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Lluvia en mis zapatos


Esta mañana me llovió con fuerza en el camino al trabajo. No hay apenas resguardo y allá que iba yo, con mi paraguas endeble y calzada con bailarinas. Se empaparon los bajos de mis vaqueros, escurrieron hasta las bailarinas y me encharcaron los pies. Fue una lástima porque iba tan fastidiada que no iba disfrutando del paseo.

Aunque a medio camino logré reaccionar: el chaparrón caía con fuerza y los coches pasaban despacio a mi lado. Ningún resguardo pero olía bien, como huele siempre con la lluvia. Y como siempre pasa con la lluvia que cae en el paraguas, el sonido de las gotas era reconfortante, ese viejo sonido que vuelve en otoño.

Piensas en caminar bajo la lluvia y, a pesar de los pies fríos y mojados, a pesar del flequillo que se me riza, a pesar de los pantalones empapados desde las rodillas, a pesar de la preocupación por sortear arroyos de agua que bajan la calle, a pesar de todo, hay magia. Cada paseo bajo la lluvia que abre los sentidos y ralentiza el tiempo trae el recuerdo de otros paseos mágicos. Cada paseo mágico fue un deseo de eternidad: vagar sin rumbo y eternamente bajo la lluvia, oliendo a tierra mojada, oyendo las gotas que caen sobre el paraguas.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Pintarse los labios, sistematizar emociones

Hoy me pinté los labios para ir a trabajar. Casi nunca lo hacía antes pero este verano mi hermana apareció con los labios rojos y me gustó. Así que la imito a veces, aunque cuando me miro al espejo y veo que hoy no es el día, me limpio los labios. No hay motivos para este cambio: antes apenas me los pintaba, ahora lo hago sólo porque es un nuevo apetecer. Así que es un pequeño cambio que no dice nada de mi, ni modifica nada ni implica evolución de personalidad.

Soy la misma aunque quizás haga cosas diferentes. Este espacio era para E. Pero sin Él también tiene sentido. Ahora es para mi, para Él si desea leerlo, para las poquitas personas que me leen y cuyo tiempo cedido me llena de gratitud.

Pero sobre todo es para mi por una razón sencilla: me gusta escribir, es una necesidad vital -frase que dicen todos aquellos a quienes les gusta escribir- y el formato de blog me viene perfecto. Hubo un tiempo en que deseé ser novelista, redacté hasta una novela -pésima- de la que ya comenté algo. Y como todas las mujeres de veinte años solitarias y enamoradas, también colecciono un buen montón de poemas.

Tengo aprecio por aquellos poemas, algunos hasta me gustan mucho -por las emociones que implicaban, ah, esta feo que lo escriba pero algunos no estaban mal-. Pero ya no es tiempo de poemas, ya no se escribir poemas. No por falta de emociones, no hay motivos, es como la anécdota de los labios pintados. Las cosas cambian pero no cambio yo.

Así que este espacio es mi manera de sintetizar mis emociones, ya que en eso consiste mi única cualidad como escritora. No se crear obras de ficción, ya no poetizo mis emociones. Ahora necesito ser clara -todo lo que soy capaz-. Encontrar las palabras adecuadas, lo cual es un enorme placer. Ordenar coherentemente mis frases. Hilvanar mis pensamientos y leerlos: es un objetivo sumamente egocéntrico, pero no creo que sea algo malo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Transparencias


El sábado me puse una camisa blanca casi transparente. Era una de esas celebraciones donde todos vamos guapísimos. Me encantan esas celebraciones porque soy muy familiera y porque me pongo ropa que no suelo usar los días normales. Así que me puse unos zapatos de tacón, unos pantalones de hace tiempo que he usado muy poco y están bien conservados -y son clásicos, o sea, atemporales- y la camisa nueva. Una de esas compras arrebatadas que hago a veces y que me ponen contenta.

El caso es que me la probé en la tienda y pensé: leche, se transparenta un montón. Y pensé luego: al carajo, me la compro, me sienta bien y es moderna... Me la puse el sábado, se transparentaba (un poco) el sujetador, un sujetador blanco -discreto a la par que elegante- y hala, a ver qué pasa. Yo me sentí bien, guapa y olvidé rápidamente la peculiaridad de la camisa.

Yo hablo poco, de hecho hablé poquísimo el sábado en la celebración. Como hablo poco quizás sea poco transparente. Ya puse que soy un poquito antisocial: hay temas de conversación que no domino, hay personas con las que no se conversar, no tengo el don de la sociabilidad, aunque soy afable, cariñosa, simpática, sonrío mucho, pero sosa, sosísima.

También es una defensa. A veces puedo sentirme como el pez de arriba; una aguja, tan sólo una aguja fina podría traspasar su piel inexistente y perforarle las vísceras.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Relecturas

Mientras espero que me venga el nuevo libro que pedí a Círculo de Lectores, estoy releyendo El buda de los suburbios (no consigo acabar Tentación, de Janos Szekely, porque es triste a morir. Ni consigo empezar Kafka en la orilla, porque lo que he leído y ojeado me suena a truño metafísico y gafapasta y mejor no digo lo que pienso del tema).

Así que he vuelto a El buda de los suburbios, que es divertida y no pedante, cosa que agradezco mucho en el momento de leer. Y tiene su carga profunda, vaya que sí, pero la encuentras bien mezclada con otros ingredientes inteligentes. Una delicia.

Igual que delicia es releer. El primer libro que manoseé literalmente, de pasar y repasar sus páginas, fue Lo que el viento se llevó. Muchísimo antes de ver la película. Me llevaba el libro a todas partes, al campo, a casa de mi abuela y leía mientras comía (manchas de grasa, de tomate y porquería variada). Lo leía en la cama antes de dormir, lo leía en el desayuno, lo escondía debajo de los apuntes de clase. Un tochazo asi de grande pero qué maravilloso.

Y es que el placer de tener entre manos un tocho así de grande que promete aventuras, amor, pasión es casi orgásmico. Cuando tuve El Señor de los Anillos en mi poder, en una edición de Círculo de un solo tomo, con miles de páginas... aquello era tocar el cielo con las dos manos. Y además, sin saber lo que iba a pasar porque casi nadie lo había leído entonces.

Tochos, babeo por los tochos, pero sólo novelas. No me den a mi ensayos aburridos, que ya tuve bastante en el tiempo en que eran procedentes. Sólo ficción y con anatema ejemplar a toda ficción con espasmos metafísicos, a toda ficción con ínfulas pedantesco-intelectuales y a todo lo que sea imposible leer y sólo hayan entendido unos cuantos elegidos para la gloria.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Recuperación de septiembre

Tengo una manía -una entre mil-, me repatea hacer recapitulaciones y resúmenes vitales. Lo considero una mediocridad: esas listas de cosas que hice, que logré. Y esas listas de cosas que aún quedan por hacer. Hacer listas de tal palo me parece algo banal. Las listas de cosas hechas no tienen utilidad: son cosas HECHAS. Las listas de cosas que tengo pendientes son algo más banal aún: se hacen para consuelo y autojustificación y luego se suelen olvidar.

Recapitular es una tarea superficial: oh, aquí está lo que hice pero, ohhhh, soy tan imperfecta y me queda aún tanto por hacer. Postureo. Proclamarlo, publicarlo aún siendo para mi, aún siendo yo la única lectora, es puro histrionismo.

Por tanto, no haré recuperación escrita en septiembre ni en ningún mes venidero. Hacerla me parece un ejercicio de hipocresía personal. No rehuyo el compromiso: puedo ser la campeona del compromiso personal y prometerme a mi misma una y mil veces que mejoraré con el tiempo. Pero no por escrito, no en listas, no en papel ni en pantalla.

Cada día camino una hora. Es el momento de las recapitulaciones, ese es mi momento. Las escribo en las aceras, en los pasos de peatón, las dejo reflejadas en los escaparates. Cada día me salen al paso y se mezclan con el oxígeno que respiro.

Estos días recordaba el tiempo en que yo cantaba las canciones de Hilario Camacho. Tenía diecisiete años, ahora tengo cuarenta y uno; escucho esta canción y se perfectamente lo que he recuperado. También lo que debo recuperar.